¡Qué manera de desperdiciar mi enorme triunfo! Llegué a ser el campeón, pero nunca lo disfruté por los odios que existen en mi mente. Solo pienso en vengarme de quienes me vencieron antes, en lugar de gozar mi triunfo.
Toda mi vida luché por llegar a ser el campeón, el número uno. Utilicé toda mi astucia y mi tiempo para recorrer el camino hacia la gloria y conquistar la cima de la montaña…
¡Y lo logré!
Mi nueva meta era ser recordado por la historia como un héroe, ser feliz, vivir muy orgulloso de mi mismo y lograr que todos me quisieran.
Pero algo pasó…
Aquellas multitudes que me idolatraban, ya no me aplauden ni me admiran, es más, ahora me odian. No entiendo por qué.
Y no soy feliz…
Odio a quienes no están de acuerdo conmigo y trato de autoengañarme comprando aplausos. Y defiendo mi necedad calificando a mis opositores como negativos y corruptos.
Nadie me dice en qué me equivoqué y los que me aconsejaban ahora no se atreven a corregirme. Solo me tienen miedo.
Después de mucho pensarlo, llego a la conclusión que mi fracaso se debe a ese maldito consejero que habita en mi cerebro… y que se llama rencor.
¡Ese es el que no me ha dejado disfrutar mi triunfo!… Y me ha convertido en un amargado.
Mandela decía que el rencor es como tomar veneno y esperar que el enemigo muera… Y tenía razón.
Creo que me equivoqué en rodearme de familiares, pillos, arribistas y corruptos para llegar a la cima. Pero gracias a ellos gané y no podía ignorarlos. Aunque ahora, ellos mismos me están empujado al desfiladero y estoy a punto de caer al abismo.
¡Ya sé, ya sé! Ya sé que la prueba final de la grandeza es soportar las críticas sin resentimiento, pero no puedo evitar el odio hacia cualquiera que no piense como yo.
Gandhi tenía razón cuando decía que los débiles no perdonan la crítica, porque el perdón es un atributo de los fuertes. Pero también reconozco que no tengo esa fuerza.
Y todas las noches solo puedo conciliar el sueño tomado pastillas, porque mi mente me atormenta recordándome que en realidad soy un perdedor y tengo que vengarme de todos los que ya se dieron cuenta. Esa es mi tortura diaria.
La necedad me trajo la felicidad, pero lo que no me ha permitido gozarlo… Es el maldito rencor.
¿Y cómo me lo quito?