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En Parral, muchos se preguntan por qué los hermanos del alcalde, Salvador Calderón, ejercen tanta influencia dentro del Ayuntamiento. No ocupan cargos oficiales ni fueron elegidos por nadie, pero su poder es evidente. Su presencia constante en las oficinas municipales y su participación en decisiones importantes han creado un ambiente de tensión, cansancio y desconfianza entre empleados y funcionarios. Se comenta que estos familiares intervienen en temas administrativos, dan instrucciones y tienen un papel decisivo en movimientos internos, lo que ha generado un profundo malestar.

Las versiones más fuertes apuntan a un posible tráfico de influencias. Se les señala de manipular contratos, influir en licitaciones y manejar recursos públicos a conveniencia, amparados en su relación con el presidente municipal. La reciente salida de una directora en un área financiera alimentó las sospechas de irregularidades. Dentro del gobierno local, se habla de un gabinete fracturado, temeroso y sin dirección. Mientras tanto, el alcalde Calderón permanece inmóvil ante las renuncias y el creciente descontento. En política, callar también es actuar, y en Parral ese silencio ya pesa como una condena. La ciudadanía eligió un gobierno, no un grupo familiar, y cuando los vínculos de sangre se imponen sobre el deber público, la confianza en las instituciones termina siendo la gran perdedora.

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En la Presidencia Municipal ya se siente el peso del fracaso de las campañas antisuicidio. Millones de pesos fueron destinados a medios tradicionales —radio, televisión y prensa—, pero los resultados son nulos, por cierto los que no dicen que la mujer última se alanzo, sino que dicen la mujer que cayó, para aligerar la cosa. La realidad es clara: quien atraviesa una crisis emocional no busca consuelo en anuncios ni canciones norteñas, sino comprensión y atención cercana. A pesar del derroche, la estrategia fue un rotundo fracaso. Ahora, el municipio de Chihuahua admite su error y pide apoyo a empresarios, académicos y sociedad civil. Sin embargo, el problema no se resolverá con mesas de diálogo o discursos, sino acercándose a quienes realmente sufren, a los que viven con pensamientos suicidas y necesitan ayuda inmediata, no propaganda.

La reciente tragedia de una persona que se lanzó desde un puente revive la promesa incumplida del alcalde: colocar vallas de protección en los puntos más peligrosos. Nada se hizo, ni siquiera en los puentes del centro, como el de la Ocampo, donde más de uno ha perdido la vida al salir del IMSS con malas noticias. Mientras tanto, el gobierno sigue destinando recursos a campañas adelantadas y espectáculos públicos. Pan y circo para unos, silencio y tragedia para otros. La ironía es dolorosa: mientras el municipio invierte en aplausos, la gente sigue cayendo —literal y simbólicamente— por falta de atención real y humanidad.


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