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Este jueves, el senador Juan Carlos Loera decidió darse una vuelta por el centro de la capital, muy en plan turista, quizá para recordar viejos tiempos de campaña… o de derrotas. El “candidato eterno” a gobernador, que no logra superar su papel de perdedor crónico, llegó con esa confianza que solo da el autoengaño político. Los reporteros lo abordaron, y fiel a su estilo, evadió los temas incómodos, esos que cree que puede volver a manipular como si el electorado siguiera dormido. Lo cierto es que el paseo le sirvió más para confirmar que no es precisamente bienvenido en Chihuahua, donde ya pocos le creen sus discursos reciclados.
Pero la escena más sabrosa del día se dio cuando el morenista intentó ganarse el cariño de unas señoras de la tercera edad en una fondita. Entró sin avisar, con la cámara lista y una sonrisa ensayada, pidiendo foto sin decir ni “buenas tardes”. Grave error: una de las doñitas reaccionó más rápido que una patrulla municipal y le soltó un tajante “¡ni mareeee!”. El político, acostumbrado a posar entre aplausos comprados, se quedó frío y se retiró con su pequeño séquito, derrotado una vez más. Parece que ni las abuelas quieren foto con el ahora defensor de Javier Corral, ese mismo al que antes criticaba. Qué pena ajena… pero claro, la vergüenza nunca ha sido una virtud que distinga al senador Loera.
Por más que Carlos Rivas, director de Obras Públicas de Chihuahua, quiera vendernos espejitos con discursos sobre “movilidad” y “progreso”, lo cierto es que el famoso puente en avenida Los Nogales arrancó tarde, muy tarde. Tardísimo. Y no por obra del Espíritu Santo.
Desde febrero o marzo se hablaba del proyecto. En julio se dijo que ya estaba por licitarse. En agosto, que “ya merito”. En septiembre, que la obra comenzaba “la próxima semana”. Y en octubre —oh, milagro— finalmente iniciaron los trabajos. ¿Cuánto tiempo más querían? ¿Hasta que cayera nieve?
El problema no es solo el retraso (que ya es bastante). Es la desfachatez de anunciar fechas con una ligereza olímpica, como si nadie fuera a recordar. Pero ahí están los medios, los archivos y los ciudadanos atascados en el tráfico de siempre, esperando un puente que nomás no llegaba.
Y mientras tanto, Carlos Rivas paseándose como si todo estuviera bajo control. ¿Permisos? ¿Licitaciones? ¿Planeación? Todo parece haberse hecho en modo «ahí se va», como si construir un puente fuera lo mismo que armar un arbolito de Navidad.
La obra finalmente empezó, sí. Pero la ciudad ya pagó el precio del capricho, la improvisación y la burocracia lenta. Eso sí, cuando corten el listón —en quién sabe cuántos meses más—, seguro habrá discursos y selfies.
Lo mínimo sería que Rivas diera la cara y explicara por qué un proyecto anunciado desde inicios del año arrancó hasta octubre. Pero claro, pedir rendición de cuentas a un funcionario público en Chihuahua es casi tan difícil como cruzar Los Nogales en hora pico… sin puente.
Ya estuvo bueno de rodeos y simulaciones. La carrera por la gubernatura de Chihuahua no será un «día histórico para las mujeres», ni una batalla de nuevas generaciones, ni un despertar feminista. Será, simple y llanamente, una contienda entre Cruz Pérez Cuéllar y Marco Bonilla. Punto. Y si alguien tenía dudas, que le avisen a Andrea Chávez que no es su turno, ni su liga, ni su momento.
Mientras los dos alcaldes —uno moreno y otro azul— se pelean con baches, retrasos y patrullas que no alcanzan, Andrea anda en modo influencer, como si subir videos y dar discursos huecos bastara para gobernar un estado. En vez de hacer lo que le toca —legislar, por si se le ha olvidado—, sigue con la cantaleta de que ella puede, que ella quiere, que ella va. ¿Va a dónde? ¿A otro TikTok?
Sí, Cruz y Marco tienen sus bemoles: obras atoradas, inseguridad que no cede, y gabinetes más dormidos que efectivos. Pero al menos están en la arena, dando la cara, echando jale. Les ha costado, pero ya arrancaron motores rumbo al 2026. Andrea, en cambio, parece que solo está calentando silla en el Senado mientras ensaya discursos de candidata… a nada.
Y ojo: no es misoginia, es realidad. No se trata de género, se trata de oficio. De resultados. De trayectoria con sustancia, no con “likes”. En Chihuahua, los electores no se van a tragar otra historia de cartón con envoltura de juventud y progresismo. Andrea tiene sueldo de senadora, tribuna de senadora y responsabilidades de senadora. Que las ejerza, aunque sea por dignidad.
En resumen: es Cruz contra Marco, y Andrea sobra. Que regrese al Senado y haga al menos una iniciativa útil. Que se gane el sueldo que cobra —y bien—, y que deje de estorbar en una contienda que no le corresponde. Esto no es casting de Netflix, es política real. Y aquí, la fantasía ya no vende.
