NOTICIAS CHIHUAHUA
No es ninguna novedad el deterioro de la seguridad que azota al país, un problema que ahora se extiende hasta Chihuahua, tocando incluso puntos cercanos a la capital, como Aquiles Serdán. Esta zona, considerada por muchos como parte del área metropolitana, está sumida en una creciente ola de inseguridad que los habitantes ya no pueden ignorar. Conductores de Uber y Didi, así como ciudadanos comunes, reportan un panorama alarmante: caravanas de camionetas con hombres armados, convoyes que parecen buscar personas, y un ambiente de tensión que se ha vuelto cotidiano. Este escenario, lejos de ser un caso aislado, refleja una realidad que se replica en diversas regiones de México, donde la violencia se ha normalizado y la percepción de seguridad se desvanece día con día.
Te puede interesar: Margarita Blackaller podría sumarse a gabinete de la Gobernadora, Insinúa De la Peña
La incapacidad de las autoridades para frenar esta crisis es evidente, y la retórica de culpar a administraciones pasadas, como la de Felipe Calderón, ya no convence. Han pasado años desde entonces, y quienes hoy ostentan el poder no han logrado controlar lo que prometieron sería una prioridad: la seguridad. En Aquiles Serdán, como en tantas otras partes del país, la población vive bajo la sombra del miedo, mientras las promesas de cambio se desvanecen frente a la cruda realidad de un México que parece descomponerse. La pregunta no es solo qué está fallando, sino hasta cuándo se seguirá ignorando el clamor de una sociedad que exige vivir sin temor.
La designación de César Komaba como candidato para dirigir el Comité Directivo Municipal del PAN en Chihuahua ha generado más dudas que certezas. Su trayectoria al frente de la Subdirección de Movilidad de la Secretaría de Seguridad Pública Estatal, lejos de ser un aval, pone en entredicho su capacidad para liderar un partido en un momento crucial. Las encuestas señalan a esta corporación como la número uno en corrupción, con problemas internos y una administración incapaz de resolver incluso tareas básicas, como reparar semáforos o pintar correctamente la señalética en las calles de la capital. Estos fallos, visibles para cualquier ciudadano, reflejan un caos operativo que Komaba no ha logrado controlar, lo que levanta serias interrogantes sobre su habilidad para asumir un rol político de mayor envergadura.
Con las elecciones municipales de 2025 en el horizonte, el PAN no puede permitirse errores en la capital, considerada la joya de la corona. La gestión de Komaba en un área tan crítica como la movilidad no inspira confianza para liderar un partido que necesita manejar con precisión una contienda electoral donde cualquier paso en falso podría costar caro. Si no puede ordenar a los agentes de vialidad ni garantizar el funcionamiento básico de la infraestructura urbana, ¿cómo se espera que dirija al PAN hacia una victoria en un contexto político tan competitivo? La militancia panista, algunos respaldando su candidatura en busca de unidad, podría estar apostando por un liderazgo que, en lugar de fortalecer al partido, lo deje vulnerable ante un proceso electoral que exige resultados impecables.
Prepárense, porque se viene el «mega Super informe» de Juan Carlos Loera —una joya del cinismo político que promete ser más espectáculo que rendición de cuentas, más propaganda que honestidad, más circo que compromiso. Un informe hecho para lavarse la cara con agua sucia y perfumarse con incienso barato de “justicia social”, cuando en realidad el hedor de la omisión, la traición y la violencia institucional ni con incienso se tapa.
El senador de Morena dice que viene a hablar de su “trabajo con los pueblos indígenas”. ¡Por favor! Loera ha tenido más contacto con el Photoshop que con las comunidades originarias. Los pueblos indígenas no necesitan un “representante” que solo los usa de fondo para sus fotos de campaña, mientras les da la espalda sistemáticamente cada vez que hay una crisis, un atropello o una injusticia. Si algo ha hecho con ellos, ha sido utilizarlos como escenografía, mientras reparte aplausos entre sus compadres políticos.
Pero lo más repugnante no es solo su indiferencia: es su falta de empatía brutal y profundamente machista hacia las mujeres, en especial las indígenas. ¿Cuántas veces se ha pronunciado Loera contra los feminicidios en la Sierra Tarahumara? ¿Cuántas veces ha alzado la voz por las niñas indígenas violentadas, desplazadas, desaparecidas? Cero. Porque Loera no incomoda al poder, Loera protege al poder, aunque eso signifique callar ante la violencia estructural que viven las mujeres bajo gobiernos que él mismo ha encubierto.
Y ahí está su otra gran hazaña: haber sido el sirviente político de Javier Corral Jurado, el exgobernador panista que simuló ser un cruzado contra la corrupción mientras se dedicaba a gobernar con soberbia, represión y una brutal indiferencia hacia los más vulnerables. Loera, lejos de denunciar los abusos de Corral, le sostuvo la vela, le aplaudió los desplantes y se convirtió en cómplice de una gestión marcada por la traición al pueblo.
¿Dónde estaba Loera cuando se reprimió a mujeres manifestantes? ¿Dónde estaba cuando las madres buscadoras fueron ignoradas? ¿Dónde estuvo cuando se exigía justicia para las mujeres indígenas asesinadas o violentadas por estructuras del propio Estado? Estaba ocupado, claro, asegurando su cuota de poder, su siguiente candidatura, su lugar en el altar del cinismo.
Este «Super informe» no es un acto de transparencia. Es un acto de autofelación política disfrazado de compromiso social. Un evento que no informa nada, sino que maquilla el abandono, la corrupción y la violencia que Loera ha permitido, solapado y, muchas veces, alimentado.
Así que, si piensas asistir, lleva algo claro: no vas a escuchar verdades, vas a presenciar una obra maestra de la hipocresía. Loera no representa al pueblo. Loera representa todo lo que el pueblo ya está harto de soportar.
NOTICIAS CHIHUAHUA