Sentados frente a frente en la Oficina Oval, un AMLO incómodo y un Biden condescendiente, demostraron que, en este momento, Estados Unidos y México son un matrimonio mal avenido.

Desde la boda celebrada en 1994, con la firma del Tratado de Libre Comercio, la relación había tenido altos y bajos, pleitos y reconciliaciones, abrazos y alguno que otro madrazo.

Pero todos los gobiernos han sabido que están unidos hasta que la muerte de la integración norteamericana los separe.

Por el bien de los niños -el T-MEC, los migrantes, la seguridad, la cooperación bilateral en una multiplicidad de temas- han procurado llevar la fiesta en paz, y seguir casados a pesar de las ganas de aventarse los platos.

En este sexenio la tensión ha escalado por las traiciones de AMLO y las frustraciones de Biden, y por eso el tenor de la reunión en Washington.

Tenían que sentarse y tomarse las manos y sacarse la foto para convencer a la familia de que no hay un divorcio en puerta.

Por debilidad y las constricciones de la política interna, Biden ha tolerado los desaires, las críticas y la belicosidad de un presidente mexicano que juega la carta antigringa cada vez que le conviene.

Ante Trump, el habitante de Palacio Nacional cedía demasiado; ante Biden el mal aconsejado macuspano se confronta demasiado.

Ante las exigencias del bully estadounidense, AMLO decidió ser esposa sumisa; ante las demandas del demócrata debilitado, AMLO se convirtió en esposa despechada.
Regateando el reconocimiento al triunfo de Biden y coqueteando de vez en vez con Trump.

Poniendo en jaque la inversión estadounidense con los vaivenes de la reforma energética.

Guardando silencio sobre las violaciones a los derechos humanos cometidas por las dictaduras latinoamericanas, pero sugiriendo el desmantelamiento de la Estatua de la Libertad por la persecución estadounidense a Assange.

Si en la relación con Trump AMLO fue una seda, en la relación con Biden no ha parado de ser papel de lija.

Por su parte, Biden se ha visto obligado a guardar silencio, y dormir en el sofá luego de ser expulsado de la cama matrimonial.

Sabe que necesita la ayuda lopezobradorista para cazar migrantes, detener caravanas, aceptar a los deportados, prevenir una crisis fronteriza que sus adversarios en el Partido Republicano querrían capitalizar.

Sabe que, con sus acciones y declaraciones, AMLO está violando en letra y en espíritu un tratado comercial cuya renegociación celebró.
Entiende que el gobierno actual ha producido una erosión democrática, ha impulsado una regresión energética, y ha tolerado una conquista territorial por parte del crimen organizado.

Pero Biden ha podido hacer poco al respecto, porque reconoce que, si asumiera una postura más crítica, alimentaría el antiamericanismo con el cual AMLO lucra políticamente.

López Obrador ha logrado salirse con la suya porque su cónyuge tiene otros problemas en la oficina, que inciden en cómo puede comportarse en casa.

Pero detrás de la tregua pactada en Washington, y presumida en México, empezó a vislumbrarse un cambio de actitud, un apretón de tuercas del marido molesto a la mujer que se siente empoderada.

Detrás de la calidez fotográfica, se asomó la frialdad protocolaria.

No fue una visita de Estado con todos los honores, no derivó en acuerdos sustantivos en el tema migratorio o las visas agrícolas, no llevó a la aceptación de las propuestas lopezobradoristas y de las ocurrencias que planteó.

AMLO regresó con el corazón caliente, pero con las manos vacías.

Lo que sí produjo fue el compromiso mexicano de pagar 1mil 500 millones de dólares para mejorar el control fronterizo y migratorio.

Lo que sí entrañó fue un jalón de orejas al embajador Ken Salazar por la actitud obsequiosa que lo ha caracterizado.

Lo que sí indujo fue la captura de Rafael Caro Quintero, sólo unos días después.

El prófugo capturado y en vías de ser extraditado tendrá mucho qué decir sobre Manuel Bartlett y el asesinato del agente de la DEA, Kiki Camarena; sobre AMLO y su «estrategia» hacia los cárteles; sobre si Morena se ha convertido en el brazo político del narcotráfico en algunos estados que gobierna.

El casamiento es para las buenas y las malas, en la salud y en la enfermedad.
Estados Unidos y México no van camino al divorcio, pero sí están atorados en un miasma matrimonial, y Biden le está recordando a AMLO los compromisos de su acuerdo prenupcial.

 

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