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Predecir la economía es complicado en tiempos normales; en épocas de alta volatilidad, se vuelve casi imposible hacerlo sin equivocarse.

Los modelos afinan supuestos, los consensos se ajustan y los analistas corren los escenarios; aun así, la realidad suele tomar atajos.

Esta semana tuvimos una paradoja ilustrativa: mientras dos organismos multilaterales revisaron al alza sus estimaciones para México en 2025, el INEGI divulgó cifras que dibujan un ritmo más débil de lo cabría esperar dadas esas revisiones.

El Fondo Monetario Internacional, que había ubicado el crecimiento de 2025 en 0.2 por ciento, lo elevó a 1.0 por ciento tras su revisión derivada del Artículo IV.

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Por su parte, la OCDE, que anticipaba 0.4 por ciento, actualizó su cálculo a 0.8 por ciento. Sobre el papel, ambas revisiones sugieren un entorno menos adverso. Sin embargo, el pulso de corto plazo que capturan los indicadores oportunos y mensuales del INEGI apunta a una economía que avanza con pasos cortos.

Ahí están los datos: el Indicador Oportuno de la Actividad Económica (IOAE) para agosto creció apenas 0.2 por ciento anual, una señal de estancamiento, y el Indicador Global de la Actividad Económica (IGAE) de julio cayó –1.2 por ciento anual, reflejando un traspié que puede tener efectos de arrastre.

Si miramos la primera mitad del año, el crecimiento promedio fue de 0.95 por ciento. Y con las piezas que ya se pueden estimar del tercer trimestre —julio y agosto—, el dato sería de –0.5 por ciento.

Con todo ello, podríamos llegar al cierre del tercer trimestre, ya a la vista, con un crecimiento promedio cercano a 0.46 por ciento a tasa anual.

Ese cuadro plantea un desafío aritmético para las nuevas previsiones. Para que el pronóstico del FMI se materialice, la economía tendría que crecer 2.6 por ciento anual en el último trimestre del año; para alcanzar la cifra de la OCDE, el crecimiento indispensable sería de 1.8 por ciento.

Nada es imposible en estos tiempos, pero ambos escenarios lucen exigentes si la inercia reciente no cambia pronto.

Quizá por eso, a diferencia de los organismos multilaterales, la mayor parte de los analistas de bancos y consultorías que participan en la encuesta de Citi mantuvieron sin cambios su estimado de 0.5 por ciento para este año frente a la quincena previa.

¿Qué explica esta brecha entre la foto inmediata y las proyecciones más distantes? Una parte tiene que ver con la metodología y el horizonte: los organismos miran más allá del bache de corto plazo y suponen cierto alivio en cuellos de botella, una normalización en componentes cíclicos y, en general, el efecto de políticas macroprudentes.

Pero también hay un componente de incertidumbre que los modelos no capturan del todo: la política comercial y regulatoria internacional, que en cuestión de días puede modificar incentivos y trayectorias sectoriales.

En México, además, coexisten motores con ritmos dispares. El consumo privado muestra tramos de resistencia, pero con altibajos; la inversión luce selectiva y depende de nichos bien insertados en cadenas de suministro; y la productividad sigue sin despegar a la velocidad requerida para alterar el potencial de crecimiento.

En ese mosaico, el amortiguador clave —otra vez— han sido las exportaciones. La demanda de Norteamérica, con cadenas que se reconfiguran por la relocalización, ha evitado un frenón mayor.

De ahí que, más que obsesionarnos con acertar al decimal del próximo dato, lo razonable sea construir escenarios —con rangos, no con punta de lápiz— y seguir con lupa los indicadores que primero reaccionan cuando cambian las condiciones: pedidos manufactureros, empleo formal, exportaciones automotrices, entre otros. Esos termómetros nos dirán si la economía solo tropezó o si necesita un ajuste de expectativas más amplio.

¿Qué sí podemos concluir ya? Que el crecimiento es débil. Que, pese a ello, la economía se ha frenado menos de lo previsto gracias al colchón exportador. Y que, nos guste o no, seguimos sujetos a lo que defina la política comercial de Estados Unidos.

En resumen: los pronósticos fallan más cuando el mundo se mueve bajo nuestros pies. Hoy, el vaivén entre revisiones al alza de los organismos y datos flojos del INEGI no es una contradicción; es la evidencia de que la economía transita sobre un piso resbaladizo.

El mapa invita a la prudencia y a no festinar las alzas de las previsiones, pues no sería raro que luego vuelvan a revisarse a la baja.

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Por AL PE

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