Él, día con día dilapidando su capital y poder político; ella, montada en el nombre y aún amplio apoyo, reconocimiento y aceptación que todavía posee el tabasqueño.
Son Andrés Manuel López Obrador y Claudia Sheinbaum.
Ambos, metidos y estancados en un torbellino de hirientes dardos lanzados y recibidos a y en contra de la oposición que crece.
Mientras tanto, alrededor de ellos, los cercanos, los de casa, decididos a desbarrancar a la consentida del patrón que sigue a la cabeza de todas las encuestas.
Por su parte ella, la ex Jefa de Gobierno, todos los días atiza en contra Marcelo Ebrard y Adán Augusto López Hernández, y éstos, a su vez, la atacan sin miramiento alguno.
Si hay una guerra sin cuartel desde el mismo Palacio Nacional en contra de Xochitl Gálvez, ésta quizás palidece frente a la que protagonizan los tres aspirantes de Morena al cargo más importante del país, y cosa grave, el Presidente aún no se percata que su anticipada sucesión, lejos de caminar tersa, va dejando minas y explosiones de efectos muy nocivos para su proyecto trasexenal.
López Obrador y Sheinbaum Pardo, con ceguera absoluta, siguen por esa ruta que decidieron desde hace bastante tiempo para ir de la mano en su estrategia política y no hay quien los pueda persuadir de que como van, pierden mucho más de lo que imaginan consolidar.
Distraídos en el crecimiento de la aún senadora hidalguense, con la que sí existe una verdadera amenaza para fracasar, no se dan cuenta de que el mayor peligro lo tienen en sus filas por la confrontación entre las corcholatas, que irá creciendo conforme se acerque el día de la elección del o la candidata.
Lejos está Adán Augusto López Hernández de aquellos tiempos en los que siendo gobernador de Tabasco, decía a sus íntimos que no había duda de que la sucesora de López Obrador sería la entonces Jefa de Gobierno, y afirmaba entonces que ella contraría con todo su apoyo, pero al sumarlo a Gobernación y luego darle rienda suelta, creyó que la haría tropezar para que el dedo lo señalara a él.
Así y en el otro extremo, se encuentra un Marcelo Ebrard Casaubón herido, lastimado, timado y utilizado por el Presidente y no quiere darse por vencido para cederle el camino a la precandidata.
Si Marcelo es, dirá que no se la debe a Andrés Manuel López Obrador sino a su trayectoria y al pueblo sabio que supo distinguir para elegir el talento y experiencia que él representa.
Sheinbaum por el contrario, sabe que si ella es, será gracias al dueño, entrenador, árbitro y jugador de ese juego siniestro, macabro y perverso de la sucesión, en donde el Presidente es un jugador consumado en el arte del engaño, la simulación y la farsa.
El oriundo de Macuspana cruza los dedos para que sea Beatriz Paredes y no Xochitl Galvez quien compita por el despacho en Palacio Nacional, sabiendo que aunque la ex gobernadora de Tlaxcala posee una envidiable trayectoria política, representa a lo más despreciable del priismo en el que milita.
Ella ya fue derrotada dos veces en la capital del país y guardó silencio frente a la corrupción y saqueo de la nación desde los tiempos de Luis Echeverría hasta Enrique Peña Nieto, décadas en las que fue parte privilegiada de la administración pública federal.
Con Beatriz Paredes como candidata, volverían políticos profesionales del hurto y varios comunicadores de mano larga y muy desacreditados, para llevarse el dinero que recibieran de la campaña, sabiendo que no tendrían posibilidad alguna de triunfo.
Sea cual sea el desenlace de la ya muy adelantada sucesión presidencial, lo cierto es que Andrés Manuel López Obrador ya no tiene el control de su proceso y habrá de ver la salida de rebeldes decepcionados por no darle la oportunidad a Ebrard Casaubón, que jamás jugarán -aunque juren lo contrario- en favor de la preferida del patrón y por supuesto, no tendrán cabida en el gobierno en el caso de que Morena repita el triunfo en el 2024.