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Vaya timing tan conveniente del gobierno federal: justo cuando el país arde en inflación, violencia, hospitales colapsados y una administración más perdida que aguja en tortilla, aparece como acto de magia la “gran noticia” del día: César Duarte, otra vez detenido. Sí, otra vez, porque al parecer ya es tradición nacional reciclar a los villanos favoritos cada vez que hay que distraer al público. Nada entretiene más que revivir al exgobernador de Chihuahua, como si fuera una serie de Netflix que no saben si cancelar o estirar por diez temporadas más.
Mientras millones de personas lidian con problemas reales —como ganarle al Súper y que aún te alcance para comer— nos entregan este espectáculo digno de carpa de feria: Duarte es acusado de nuevas hazañas financieras, ahora bajo el elegante término de “operaciones con recursos de procedencia ilícita”. El país hundiéndose y el gobierno celebrando como si hubieran capturado a un capo intergaláctico. En fin, prioridades.
Y por supuesto, no podía faltar el ingrediente telenovelero: Javier Corral, exgobernador, hoy senador por Morena (antes panista, mañana ya veremos), reaparece como protagonista de esta tragicomedia. Ese duelo emocional entre él y Duarte ya parece pleito de expareja que no supera la ruptura. Cada cierto tiempo, Corral consigue otra detención, como quien revive chats viejos para demostrarse que todavía “tiene poder sobre el otro”. Y uno no puede evitar pensar que para concretar esta reaprehensión, Corral tuvo que ofrecer algo más que indignación moral, porque si algo está claro es que en la política nada se mueve gratis. Sobre todo cuando él mismo carga sus propios pendientes judiciales, convenientemente atenuados por el fuero que, aunque útil, tampoco es escudo eterno. Cuestión de tiempo para saber quién termina siendo el siguiente en caer del trapecio.
Y como si el espectáculo no fuera suficiente, el circo apenas comienza: es casi seguro que los abogados de Duarte saldrán a gritar que la detención fue ilegal, que no se le notificó, que hubo irregularidades… ya conocemos el guion. El detalle cómico es que, aunque peguen de gritos, Duarte no tenía manera de escaparse de nada: no puede salir del país y tampoco del estado sin un permiso especial, así que encontrarlo no era precisamente una hazaña épica. Pero en este show todos tienen que exagerar para justificar su número.
Mientras tanto, esta reaprehensión funciona como cortina de humo perfecta: distrae, entretiene y hace que por un rato la gente olvide que el país parece carro sin frenos bajando una pendiente. “No vean la violencia, no volteen a las deudas, no miren los hospitales vacíos… ¡miren, miren, agarramos al mismo corrupto de siempre!” Y así, todos aplaudiendo por un caso que ya lleva más vueltas que los boletos del avión presidencial.
Porque si algo queda claro, es que esta reaprehensión tiene tanto de justicia como de espectáculo. Una función más del circo político, donde cambian los payasos pero el show sigue igual. Duarte vuelve al escenario, Corral presume otra victoria sentimental y el gobierno federal se cuelga la medalla mientras evita responder lo que realmente importa.
Y al final, mientras todos discuten si Duarte va, viene, regresa o se escapa, el país sigue en la misma: inseguridad desbordada, servicios públicos agonizando, corrupción fresca del día y ciudadanos que no ven la suya. En este teatro, lo único que cambia es la fecha del boletín de prensa. El fondo, tristemente, es el mismo de siempre.
En Chihuahua ya no necesitamos Netflix ni Prime; tenemos a Miguel Riggs, regidor de Morena y estrella indiscutible del género “tragicomedia política”. Aún con 30 días de sanción por ejercer violencia de género —porque sí, todavía está castigado, aunque él actúe como si no— Riggs decidió que era un excelente momento para volver a hacer lo que mejor sabe: pelearse con mujeres e inventarse enemigos donde no los hay. Esta vez su nueva cruzada va dirigida contra el Órgano Interno de Control, ese mismo que tuvo el descaro de sancionarlo por sus múltiples desplantes misóginos. Y como no hay venganza pequeña cuando se siente tocado, ahora anda señalando a Laiza Moreno Treviño, acusándola de firmar como licenciada siendo, según él, solo “estudiante”. Qué sorpresa: Riggs nuevamente “descubriendo” algo que se aclaró desde la semana pasada, cuando se explicó que se trataba de errores administrativos sin impacto real, y que el reglamento ni siquiera exige título para la función auxiliar. Pero claro, para qué revisar información cuando uno puede montar un escándalo nuevo y sentirse héroe de su propio universo.
El punto no es si la joven auxiliar cometió un error o no —el punto es que Riggs vio una oportunidad para volver a atacar mujeres desde la comodidad de sus redes sociales. Es como si la sanción le hubiera servido de motivación creativa: en vez de reflexionar, regresó recargado, versión “Adame”, listo para pelear con cualquiera que pase cerca. El problema es que ya no solo se trata de un funcionario imprudente con el ego descompuesto, sino de un servidor público que cada semana suma un nuevo episodio de violencia política de género, como si tuviera un calendario personal de escándalos.
Y mientras él juega a ser influencer de denuncias selectivas, el Tribunal Estatal Electoral ya empieza a mirarlo con lupa. El debate interno parece inevitable: ¿de verdad fue suficiente la sanción de 30 días? ¿Qué se hace con un regidor que repite y repite conductas violentas como si fuera parte de su agenda semanal? Porque todo indica que si sigue con esta actitud al estilo “Alfredo Adame versión municipal”, podría venir una medida histórica para la ciudad de Chihuahua: una inhabilitación política en pleno ejercicio del cargo. Algo nunca antes visto, pero que, con Riggs como protagonista, ya no suena tan descabellado. Al final, no es tan difícil imaginarlo: él solo, peleando con el aire, gritando en vivo que las instituciones están en su contra mientras lo sacan del cargo por acumulación de berrinches.
Pero como en todo buen circo, la función no termina aquí. Riggs parece decidido a mantener su título honorífico de “bufón favorito de la capital”. Cada capítulo nuevo confirma que no aprendió nada, no se moderó en lo absoluto y que su misión en la vida es mantenerse en el ojo del huracán aunque sea a base de ridículos. Así que habrá que esperar el próximo capítulo de su reality político: quién será la siguiente mujer que ataque, qué institución será su nuevo enemigo, y cuánto tardará el Tribunal en decidir si ya es momento de cerrar el telón antes de que él mismo incendie el teatro.
Por lo pronto, la ciudad observa, el público ríe, y Riggs sigue, como siempre, haciendo lo único que sabe hacer: espectáculo barato.
