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Vaya manera de empezar este miércoles, con el escándalo en la secundaria estatal 3101 que ya habíamos señalado. Es increíble cómo las autoridades solo reaccionan cuando todo estalla, en lugar de prevenir los problemas con tiempo. Los alumnos se manifestaron, y ahora, para colmo, la policía municipal tendrá que vigilar el plantel educativo. Mientras tanto, el secretario de Educación y Deporte, Hugo Gutiérrez, asegura que ya están «trabajando en el tema». Pero, si de verdad hubieran puesto manos a la obra desde el principio, como él dice, esto no estaría arrastrándose desde hace meses. La inacción ha sido la constante, y la solución llega tarde, cuando el problema ya escaló más de lo debido.

Por otro lado, está el caso del alumno señalado, cuyo padre, dicen, es un abogado con influencias. La solución parece sencilla: si tiene los recursos, que lo cambien a una escuela privada donde puedan atenderlo mejor y prepararlo para la vida adulta, siempre deseándole lo mejor, claro. Esto podría calmar las aguas en la secundaria 3101 y permitir que los demás padres de familia vean mejoras en las condiciones del plantel. Al final, si cada quien hace su parte —autoridades, padres y alumnos—, las cosas podrían funcionar mejor. Pero, mientras sigamos reaccionando en lugar de prevenir, estas historias se repetirán una y otra vez.

Se le armó gachote a la Secretaría de Educación y Deporte. Lo que antes podía pasar como un desliz, hoy se traduce en un problema de dimensiones serias. Sus políticas paternalistas, más cercanas al control de escritorio que a la protección de los alumnos, han dejado ver sus fallas y, lo que es peor, las consecuencias ya no se pueden ignorar.

Pero la historia no termina ahí. Algo similar ocurre en la Escuela Primaria Agustín Melgar, en la colonia Desarrollo Urbano. Padres de familia anuncian que hoy tomarán las instalaciones por alumnos agresivos que incluso llevaron al hospital a una maestra, actualmente incapacitada. La violencia escolar, lejos de ser aislada, se repite y se normaliza ante la inacción oficial.

Lo más indignante es que, en el primer caso, se sabe que el padre del alumno agresor es abogado y ha logrado evitar cualquier sanción alegando que su hijo tiene autismo y “solo quiere jugar con sus compañeras”. Lo que para unos es un pretexto legal, para otros es una alarma roja que exige atención inmediata.

Mientras tanto, la Secretaría de Educación y Deporte parece mirar para otro lado. Y así, los padres, cansados de la negligencia oficial, se ven obligados a tomar medidas que, en realidad, deberían ser responsabilidad de la autoridad educativa. Porque cuando la escuela deja de ser un lugar seguro, la sociedad entera paga el precio de la indiferencia.

Ahora resulta que los autodenominados “Chapulines” —Marco Quezada y Miguel Latorre— decidieron reinventarse en la política con… agárrese fuerte… ¡un podcast! Porque claro, si ya no convencen con votos, tal vez con likes y reproducciones sí. Patadas de ahogado, les dicen, pero ellos se sienten influencers de barrio.

En este showcito disfrazado de podcast, lo único que lograron demostrar es que saben más de box y deportes que de política. Y, la verdad, hasta se agradece: cuando hablan de política se les nota que les sangran los labios de tanto forzar la sonrisa. A Quezada, exalcalde priista, y a Latorre, exdirigente panista, les parece muy gracioso recordar que cuando se tiraban insultos era puro “profesionalismo”. Hoy, mágicamente, son mejores amigos bajo la bandera de Morena. ¡Qué ternura!

Mientras tanto, Brenda Ríos, diputada de Morena, les lleva kilómetros de ventaja en la carrera por el 2027. Pero ahí andan ellos, con su podcast bautizado con ironía como “Los Chapulines”, burlándose del pueblo, creyendo que la chaviza se va a enamorar de sus discursos reciclados. Qué vergüenza: quieren hacerse pasar por modernos cuando en realidad parecen esos tíos incómodos que en la fiesta se ponen gorrita para atrás y dicen “yo también sé de TikTok”.

Lo mejor del programa fue cuando se lanzaron a comentar la pelea del Canelo. Ahí sí, mira, se escucharon cómodos, hasta emocionados. Uno no puede dejar de preguntarse: ¿por qué no se dedican de una buena vez a ser comentaristas deportivos en lugar de seguir estorbando en la política? Porque ya chole con los reciclajes de siempre.

Chihuahua sigue sorprendiéndonos. Más de 10 días han pasado desde que un grupo de manifestantes “antitaurinos” decidió dejar su arte callejero en el Palacio Municipal, y el Ayuntamiento… bueno, el Ayuntamiento sigue practicando la paciencia burocrática como si fuera un deporte nacional.

Los rayones y las hojas pegadas en los vidrios no fueron por gusto: se trató de una protesta contra una corrida de toros que, de por sí, jamás iba a ocurrir en la ciudad. Desde hace años, Chihuahua no permite estos espectáculos. Pero eso parece no importar; mientras los grafitis permanecen intactos, el edificio luce más abandonado que un gimnasio municipal.

Y aquí viene la joya de la historia: nadie ha limpiado nada. Ni una escobita, ni un trapo, ni siquiera una mirada rápida para disimular. La “burrocracia” en su máxima expresión: lenta, indolente y, sobre todo, muy selectiva en sus prioridades. Mientras tanto, ciudadanos que pasan frente al Palacio se preguntan si acaso alguien en el Ayuntamiento recuerda que el edificio debería lucir digno, aunque sea un poquito.

El mensaje es claro: puedes protestar por algo que ni existe, y el Palacio seguirá igual. Pero si esperas que la autoridad haga algo rápido y efectivo… mejor sigue esperando. En Chihuahua, la negligencia parece ser la obra maestra que nadie se atreve a borrar.

La salud de los mexicanos parece no ser prioridad para el gobierno, cuya atención se centra en mantener a la población con una esperanza vacía, sin abordar la pobreza ni proporcionar lo esencial. Como bien señala Jaime Bayly, mientras los de derecha roban, los de izquierda lo hacen con descaro, sin experiencia para generar riqueza. En México, el partido gobernante opta por distribuir migajas de dinero mensuales o bimestrales, imitando estrategias que perpetúan la dependencia, como se observa en Venezuela. Esta táctica mantiene a la gente ilusionada, pero sin soluciones reales, dejando necesidades básicas desatendidas y a las familias atrapadas en la precariedad.

El Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) refleja esta negligencia con una alarmante carencia de recursos para tratar enfermedades graves como el cáncer. En la Unidad Médica de Alta Especialidad (UMAE) de Chihuahua, una de las principales del país, no hay quimioterapias disponibles, una situación que se agrava en hospitales menores del IMSS. Este no es un simple dolor de muelas, sino una crueldad que condena a los pacientes a la incertidumbre y, en muchos casos, a la muerte por falta de medicamentos. La pregunta resuena: ¿cómo salir adelante sin tratamientos? ¿Acaso en países como Dinamarca también se abandona a los enfermos? Es urgente que el gobierno actúe, porque la indiferencia actual está costando vidas.