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Aquí, ahora y debido a la dependencia económica, moral y anímica de nuestro gobierno ante el de Estados Unidos y ante el poder fáctico del narcotráfico, el tránsito de personas en territorio nacional -sean extranjeras o autóctonas- es irresoluble, a pesar de establecer claras diferencias entre desplazados y emigrantes legales e ilegales.

A donde quiera que llegan los desplazados, en busca de seguridad y sustento, no son bien vistos y de inmediato quedan reducidos a condiciones infamantes de trabajo, como lo mostraron -en diferentes momentos- La Jornada y otros medios impresos, cuando realizaron investigaciones y reportajes sobre oaxaqueños, triquis, chiapanecos y originarios de otras etnias, con el ánimo y las espaldas dobladas en los campos agrícolas de California y Baja California, notoriamente en san Quintín, si bien recuerdo.

En las ciudades es todavía peor, pues los convierten en pordioseros, en carne de trata o de tráfico de órganos y, si de menores se trata, en víctimas de pedofilia. Se ha documentado la aparición de cadáveres sin poder ser identificados.

El trabajo doméstico hoy es totalmente distinto al de ayer. Escucho en las calles, en los tianguis, en los pasillos de los supermercados, que tienen techo y salario, pero no alimentos, pues son pocos los patrones que no les exigen que ellas y ellos salgan a buscar su comida. ¿Hace cuánto dejaron de alimentarse con lo mismo que se cocina para la casa? Es un dato que debe documentarse.

En lo que a extranjeros se refiere, el problema carece de solución, porque Estados Unidos endurece o hace imposibles las condiciones de asilo o las posibilidades de recibirlos como en los mejores años de vecindad, con visas temporales de trabajo. O el antiquísimo y olvidado programa bracero, creado para contribuir al esfuerzo bélico de la industria y el campo estadounidense.

En ese entonces se trató de mexicanos. Hoy tienen origen en Haití o El Salvador, o Ecuador, o alguna nación africana, e incluso del lejano Oriente o Palestina e Irak. Los conflictos bélicos devienen en déficits económicos y en falta de creación de empleos y reducción de recursos fiscales para garantizar el bienestar de propios y extraños.

Lo que se nos viene encima como consecuencia de la política migratoria de Estados Unidos y la posibilidad de que cierre su línea fronteriza, es una militarización (quizá binacional) de nuestra frontera sur, y un endurecimiento de la presencia del narcotráfico y otras áreas de delincuencia, como el tráfico de armas, de personas…

Para ya, las normas de empatía, de convivencia, se modificarán, porque el espacio de cada cual se reduce -incluso el de Carlos Slim, Ricardo Salinas Pliego y Jorge Larrea-, pues la percepción de seguridad es distinta, la violencia se recrudece debido a los desplazados y a los migrantes. Todo México está a punto de convertirse en San Fernando: última parada.

Por AL PE

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