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Pongamos todo en perspectiva // Carlos Villalobos
La noche en que Iván Buhajeruk, mejor conocido como Spreen, saltó al campo con la camiseta de Deportivo Riestra, algo se quebró en el universo sagrado del fútbol, pero no fue el deporte en sí, como muchos puristas sugieren entre gritos de indignación y lágrimas de “Fifas”, lo que se quebró fue la ilusión de que el fútbol sigue siendo ese santuario intocable y puro, libre de la influencia de los «forasteros» del mundo digital. La verdad es que esa ilusión se desmorona desde hace tiempo, y en esta ocasión, no es culpa de Spreen.
Para quienes no están inmersos en el universo de los streamers, Spreen es un fenómeno; con más de 16 millones de seguidores entre todas sus plataformas y un contrato millonario en Kick(una plataforma de streaming), este argentino de 23 años es uno de los titanes del entretenimiento en línea de habla hispana, así que, cuando debutó en la primera división del fútbol argentino con el modesto Deportivo Riestra, respaldado por una conocida bebida energética, no sólo encendió los ánimos de los fanáticos, encendió una discusión sobre el estado de un deporte que parece atrapado entre su historia y una inevitable transformación digital.
Las métricas no mienten: después del debut de Spreen, Riestra pasó de ser un equipo prácticamente desconocido a un fenómeno mediático global. Los números compartidos por el periodista Germán García Grova posterior al debut del streamer argentino son impresionantes: 159 millones de impresiones en Twitter, 42 millones en Instagram, 55 millones en TikTok y 1 millón de vistas en YouTube. La cuenta oficial de Riestra vio cómo sus seguidores se disparaban, ganando miles de nuevos aficionados en cuestión de horas. En total, 256 millones de vistas y todo por un debut que los «tradicionalistas» consideran una falta de respeto al deporte.
Detrás de la indignación, hay una verdad incómoda: el fútbol de clubes locales está perdiendo relevancia entre las generaciones más jóvenes. Cada vez más chicas y chicos prefieren pasar horas viendo a sus streamers favoritos en Twitch o Kick que sentarse a ver 90 minutos de fútbol de sus ligas nacionales. Las razones son múltiples, pero una de las principales es la desconexión entre las instituciones que gobiernan el fútbol y la audiencia que, en teoría, deberían estar sirviendo.
La realidad es que la indignación por el debut de Spreen es una distracción conveniente, en lugar de confrontar los problemas estructurales que aquejan al deporte, muchos prefieren culpar al «nuevo chico del barrio» que trajo las cámaras y los likes consigo. Pero si el fútbol se siente amenazado por un streamer, tal vez el problema sea mucho más profundo de lo que estamos dispuestos a admitir.
Para quienes crecimos con la pelota a nuestros pies, con la idea de que el fútbol era algo más que negocio, es doloroso ver cómo la experiencia de ser aficionado se ha convertido en un lujo. En países como México, seguir a todos los equipos de la liga implica pagar hasta 655 pesos mensuales en plataformas de streaming, sin contar la parafernalia y los boletos del estadio.
Para el aficionado promedio, el fútbol está más lejos que nunca, atrapado detrás de muros de pago que benefician a unos pocos a costa de muchos. La afición, cansada de un deporte que parece cada vez menos suyo, se aleja en silencio, reemplazando los partidos de los fines de semana con horas de streams donde juegan al Fortnite, al Valorant o simplemente se la pasan platicando.
La movida de Riestra, léanme en voz alta: no es una amenaza para el fútbol, por más llamativa que sea. Más bien, es un síntoma de un deporte que se encuentra en una encrucijada. Mientras los clubes y las federaciones sigan ignorando a su audiencia, seguirán perdiendo relevancia ante alternativas que entienden mejor a las nuevas generaciones.
La paradoja es que este «experimento» de Riestra podría ser una de las pocas decisiones acertadas en un mar de errores. No se trata de si Spreen merece o no estar en una cancha de primera división, sino de si el fútbol está dispuesto a adaptarse a un mundo en el que la atención se mide en impresiones y vistas, y no en goles y títulos.
Mientras algunos se lamentan y otros celebran, nosotros, los que amamos el fútbol, debemos hacer una pausa y preguntarnos: ¿qué tipo de futuro queremos para el deporte? Porque aunque parezca que el fin se acerca, la realidad es que este juego todavía tiene muchos capítulos por escribir. No es el final del fútbol; es una nueva etapa, y aún tenemos tiempo de construir un futuro donde el fútbol vuelva a ser de todos.
Spreen en la cancha no marca el fin del fútbol; más bien, es un recordatorio de que el deporte necesita evolucionar o resignarse a ser un recuerdo.
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