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El presidente municipal de Delicias, Jesús Valenciano García, parece no encontrar el momento adecuado para ser tomado en cuenta por las autoridades federales, por lo que recurre a despotricar contra cualquier persona o instancia con tal de aparecer en los medios. Lo confirmamos nosotros mismos: en estos días hemos transitado la carretera Juárez-Chihuahua y no hemos visto los famosos retenes que el alcalde menciona con tanto énfasis, basándose en un viaje personal donde asegura que «ya se quitaron todos». A la fuerza busca colocarse en el aparador público, generando confusión innecesaria entre los viajeros en plena temporada de paisanos.
En contraste, la Fiscalía General de la República desmintió cualquier retiro oficial de puntos de revisión, aclarando que no se trata de «retenes» propiamente dichos, sino de operativos puntuales derivados de investigaciones cerradas, y que actualmente no hay carpetas pendientes en carreteras. Además, la FGR insiste en que no existen denuncias formales por las presuntas extorsiones que circulan en redes –hasta 200 dólares por vehículo, según testimonios–, aunque exhorta a presentarlas. Esta discrepancia entre la versión municipal, ansiosa por protagonismo, y la federal, más contenida, solo alimenta la incertidumbre en una ruta vital para miles de familias que regresan a casa, evidenciando una vez más la falta de coordinación y el oportunismo político local.
Pos ahora resulta que el senador de Morena, Juan Carlos Loera, anda diciendo muy campante que está listo para “rifársela” rumbo a la Gubernatura de Chihuahua y que su gran rival será nada más y nada menos que César Jáuregui. Así, sin escalas ni escalera política, directo al ring… aunque nadie más lo haya visto subir.
Según cuentan en los pasillos morenistas, alguien —no se sabe si un asesor, un amigo imaginario o su propio reflejo en el espejo— le dijo que él volverá a ser el elegido. Y con eso le bastó para empezar a repartir golpes al aire. El problema es que Loera anda más perdido que Jesús Valenciano jugando a la revolución: mucha pose, mucho discurso, pero cero respaldo real.
Porque si algo tiene Juan Carlos Loera es que no tiene apoyo de nadie. Nadie lo sigue, nadie lo empuja y nadie lo defiende. Bueno, quizá solo Javier Corral, y eso ya es decir bastante… y no precisamente algo bueno. Porque si algo tienen en común ambos personajes es que donde se paran, el ambiente se pone raro, la gente se incomoda y los saludos se vuelven forzados. Como que juntos traen un aroma político que no termina de convencer a nadie.
Mientras tanto, Loera se imagina enfrentando a César Jáuregui, cuando todo indica que el Fiscal tiene más probabilidades de buscar la alcaldía de Chihuahua que la gubernatura. Pero eso parece detalle menor para el senador, que pelea contra rivales que probablemente ni siquiera estén en la misma pista… ni en el mismo deporte.
Y no, tampoco creemos que Loera quiera la alcaldía de Chihuahua. Primero, porque sabe que para Morena está más que perdida; segundo, porque ni conoce la ciudad, ni la camina, ni la entiende; y tercero —quizá el más grave— porque en Chihuahua capital nadie lo quiere. Así de simple y así de crudo.
Pero eso no le impide soñar. Loera sigue “rifándosela” en su cabeza, ganando elecciones imaginarias, derrotando enemigos hipotéticos y levantando la mano como el gran salvador guinda. Mientras tanto, en el mundo real, Morena sigue sin verlo como opción, la gente no lo pela y la gubernatura… bueno, esa sigue muy lejos, tan lejos como el respaldo popular que presume y que nadie ha logrado encontrar.
Volviendo al siempre creativo Municipio de Chihuahua, surge una duda que flota en el aire como expediente extraviado: ¿alguien sabe qué pasó con La Golondrina y su Príncipe? Sí, ese musical que prometía arte, cultura y aplausos, pero terminó regalando dolores de cabeza, críticas demoledoras y un silencio administrativo digno de funeral.
Según la versión oficial —la poética, no la contable— la golondrina murió por el invierno y la estatua del príncipe quedó devastada. Una tragedia escénica que, curiosamente, parece haber inspirado a la burocracia municipal, porque desde entonces la información también cayó en hibernación profunda.
Y eso que en noviembre se suponía que quedaría destrabada la información reservada sobre costos, contratos y responsables del desfiguro cultural. Pero ¡oh sorpresa! Nadie sabe nada. El Órgano Interno de Control no sabe; la Coordinación de Transparencia no encuentra; la Tesorería parece andar buscando en otro nido. Eso sí, lo único que sí saben hacer muy bien es otorgar prórrogas. Prórrogas para informar, prórrogas para responder y, si se puede, prórrogas para que se nos olvide.
Total, que el musical fue público, el ridículo también, pero los números siguen siendo secreto de Estado. Porque en Chihuahua la cultura se exhibe, pero las facturas se esconden.
Y ya entrados en gastos culturales, alguien debería preguntarse: ¿se acuerdan de la mega pantalla de 30 metros traída directamente de París? Sí, esa joya internacional que parecía más importante que pavimentar calles. ¿Dónde quedó? ¿En qué la usan? ¿Está guardada, rentada, empeñada o simplemente se evaporó como la transparencia municipal?
Porque entre golondrinas muertas, príncipes devastados y pantallas fantasmas, el Ayuntamiento debería, antes de que termine el año, dar explicaciones claras. No poéticas, no artísticas, no metafóricas. Claras.
Aunque, viendo cómo van las cosas, es más probable que nos anuncien la segunda parte del musical: El Silencio y su Contrato, una obra donde nadie responde, nadie firma y nadie sabe nada… pero todos cobran.







