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Por Boris González Ceja
Todos conocemos la referencia del vaso medio lleno o medio vacío, cuando
hablamos de la forma en que vemos nuestra realidad o diversas situaciones; se
asume que ver el vaso medio lleno habla de observar las cosas positivas de la
vida. Al contrario, ver el vaso medio vacío supone una actitud pesimista, que es
una característica de las personas sin ilusión, que fríamente hacen pasar su
miseria por realismo; también puede pensarse a la inversa, como un optimista en
potencia, de closet.
En realidad, el pesimismo es un acto tan psicopatológico de la vida cotidiana,
como la autoridad cuando niega desabasto apelando a que así siempre ha sido, o
que es siempre así en todos lados, mientras siguen saqueando los recursos
públicos.
Otro caso son las frustraciones nuestras de cada día, en las que el amante se ve
fracasado en sus intentos amorosos con el amado.
La afirmación de un sufrimiento universal implica el pesimismo, en el que se
piensa que es un dolor que no tiene fin, aunque existe la posibilidad de librarse de
él con un poco de optimismo, como bien lo explica la filosofía.
El pesimismo aparece de muchas formas y combinaciones, por ejemplo, con
pesimismo realista, cuando hay condiciones adversas que son verdaderas, tales
como ataques, y “se ve todo mal”, sin solución. O en el caso de un realismo
romántico, en el que se viven condiciones precarias, donde el amor no da para
tanto, pero se tiene el sentimiento de que “el amor siempre puede más” que la
realidad.
De una o de otra manera, el pesimismo cansa, desgasta a las personas en el
sexo, en la calle y en la cartera, al grado de que muchas personas viven una
eterna noche en las oficinas y en las casas, aunque amanezca.
Afectando la salud y debilitando la mente, el pesimismo es una formación
psicológica que se aplica en la política, con diversas expresiones donde se
contagia del dolor al otro, usando el chantaje.
Casi el 60 % de la población es pesimista y uno de sus atributos es que se quita la
felicidad y el día no aparece. Para muestra un botón: escuchen las canciones y se
darán cuenta cómo la mayoría está destinada al mercado de las personas que se
han amargado en el amor.
En psicología, he insistido, el pesimismo afecta la capacidad del cerebro para
reorganizar sus funciones, atrayendo problemas degenerativos, en los que ver de
manera positiva es ilusorio.
Para poder vivir, es necesario olvidar y fomentar los aspectos positivos del amor y
de la vida, en la que la sonrisa va dentro de cada persona.
Ver de manera positiva las cosas permite observar la situación con perspectiva,
aquilatar su resultado y decidir mejor. Por ejemplo, no hay jubilaciones dignas,
pero si hay café del bienestar.
Como dice el poeta Benedetti:
te quiero en mi paraíso
es decir que en mi país
la gente viva feliz
aunque no tenga permiso
El pésimo se forma en el pensamiento, y el pensamiento determina el
comportamiento. Los pensamientos generan formas de ser (alcohólico, agresiva,
etc.).
El comportamiento pesimista crea hábitos, que pueden llegar a ser saludables o
perjudiciales (dependiendo de su intencionalidad) para el bienestar físico, mental y
social de las personas: y los hábitos forman el carácter.
El carácter de una persona pesimista es de alguien depresivo, que anda
arrastrando la cobija, todo le duele y nada le gusta, aunque la persona sea bella
por fuera y tristemente fea por dentro.
Y el destino de las personas se forma en cadena por el carácter, hábitos,
comportamientos, pensamientos… ¿difícil? Más difícil es estar con una población
pesimista, que no limpia su calle y ve la paja en el ojo ajeno.
La libertad de las personas se genera por un carácter optimista, con realismo, pero
siempre con la alegría de vivir.
¿Tenemos solución al pesimismo? Sí, y esa salvación necesita la actividad del
hombre y el progreso de la historia con actos bien definidos, y por eso el
pesimismo que produce la conciencia puede transformarse en un optimismo
activista, que tienda en todas las esferas, por el cumplimiento cabal de la historia y
de la cultura, al cuidado de la vida.
Causas y azares…
La construcción de un centro toxicológico en CDMX es una más de las
falacias que se presentan como logros. Encontrar un nombre elegante en
un anexo no baja los índices de consumo, aunque lo vendan como una
novedad.
Son tan ofensivos los informes de “labores” de los diputados, que una
mente mediocre puede darse cuenta de sus miserables resultados, no hace
falta gastar tanto para ver la realidad en las calles.
Las súplicas del gobierno de México en favor de los líderes de la
delincuencia organizada son una muy mala señal de que lo podrido llegó no
solo a las presidencias municipales y sus oficinas de tesorería, obras
públicas, etc., sino hasta las más altas autoridades mexicanas. Agárrense,
que esto va para largo.
Hasta la próxima, que estoy solo y no hay nadie en el espejo. Un cierto nihilismo
inunda este pensamiento.
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