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Mire nada más el revuelo que se ha armado en el estacionamiento de Pensiones Civiles del Estado, donde, según los vigilantes de las cámaras, el lugar se ha convertido en una especie de «motel móvil» una tipo pecera del amors. Resulta que varias maestras de la Sección 42, y ojo, no todas, pero sí un buen número, han sido captadas en actitudes más que cariñosas, utilizando los vehículos estacionados como escenario de encuentros pasionales. Los rumores apuntan a que estas visitas, supuestamente para «atención médica», terminan siendo citas de otro tipo, algunas con galenos, maestros, enfermeros y ajenos al sistema médico y educativo. Las grabaciones, que los guardias confiesan haber registrado en sus celulares, muestran escenas subidas de tono que han dejado boquiabiertos a más de uno. El estacionamiento, lejos de ser solo un lugar para dejar el auto, parece haberse transformado en el epicentro de un escándalo que pone en tela de juicio la discreción de quienes ahí convergen.

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El tema no queda solo en las maestras; los médicos también tienen su parte en esta telenovela. Los vigilantes, testigos impotentes tras las cámaras, no pueden hacer mucho más que observar y murmurar, mientras las imágenes dan cuenta de una realidad que muchos preferirían ignorar. Así que, estimado lector, si su esposa o pareja dice que va a Pensiones por una consulta, no está de más que la acompañe hasta la puerta del consultorio o, al menos, mándela en Uber. Dejarla en el estacionamiento podría ser arriesgarse a que, en lugar de una revisión médica, reciba una «atención» de otro calibre. Este escándalo pone en evidencia que, en los terrenos de Pensiones, no solo se atienden dolencias físicas, sino que también se desatan pasiones que, al parecer, nadie se molesta en ocultar demasiado.


¡Ah, Chihuahua, la tierra de la doble moral y las políticas de cartón! Aquí la violencia no tiene género… pero el boletín de prensa sí. Resulta que si un hombre levanta la voz, es un monstruo; si una mujer clava un cuchillo 15 veces, es… “una víctima de contexto”. La narrativa oficial siempre gana.

Caso uno: el joven asesinado en la Calle 5ta. La historia real: la mujer saca el cuchillo, lo apuñala como si fueran ensalada César y su pareja la ayuda a sostener a la víctima. La versión de la policía: “conflicto por una bicicleta”. Claro, porque decir que ella lo mató descompone la coreografía de la igualdad selectiva. Aquí la justicia usa lentes con filtro de género: la sangre es la misma, pero la culpabilidad depende del sexo.

Caso dos: Danna Muñoz, Romanzza. Un escenario de novela narca con guion de Netflix: “amigas” que la envidiaban, la entregaron como carnada, abuso, asesinato. Pero, shhh… nada de hablar de autoras intelectuales femeninas. Aquí las mujeres traicioneras son como los fantasmas: todo mundo sabe que existen, pero oficialmente no las vemos.

Y las Unidades de Atención a Víctimas… ¡joya de joyas! Las psicólogas saben que en miles de casos las primeras violentadoras de los niños son las mamás, abuelas, tías y madrastras. Pero la política pública dice: “la mujer es siempre protectora”. Así que, mágicamente, todos los agresores son padrastros, tíos, abuelos… qué casualidad. En México, la narrativa oficial tiene más Photoshop que la portada de una revista de moda.

Y en la esquina de los discursos reciclados tenemos al alcalde Marco Bonilla: “criado por madre soltera” —aplausos grabados. Desde ahí construye su personaje de superhéroe feminista de utilería, mientras las políticas públicas siguen siendo simples aspirinas para hemorragias. No se previene nada, no se enfrenta nada, solo se repiten mantras para sumar votos. Nomás hay que recordarle que es papá de 3 varones, que están viviendo el futuro de políticas absurdas que les va a afectar y que él mismo está promoviendo.

Y cuando por fin en Ojinaga alguien dice: “Oye, ¿y si también ayudamos a los hombres?”… silencio incómodo, críticas, escándalo. Porque en este país, cuidar a los hombres es pecado político, aunque las estadísticas digan que son mayoría entre víctimas de suicidio, accidentes y homicidios.

Así seguimos, viviendo en la gran simulación, porque si la violencia la ejerce un hombre, es “patriarcado; si la ejerce una mujer, es “un caso complejo que necesita perspectiva de género”; y si alguien señala la hipocresía, es “misógino”.

Pero tranquilo, todo bien: seguimos parchando la realidad con discursos cursis, slogans vacíos y políticas que protegen tanto a la mujer, que hasta la infantilizan. En cualquier momento, nos van a salir con campañas para que las llamemos “princesas vulnerables”. Eso sí, las estadísticas reales, bien escondiditas.

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