stilo libre

NOTICIAS CHIHUAHUA

Atención, pueblo güero de la capital chihuahuense! Se supone que el senador Juan Carlos Loera, sí, ese mismo, va a dar su iluminado informe de labores el jueves 28 de agosto a las 18:15 horas en la glorieta Héroes de Nacozarí, en plena colonia Industrial —como si la colonia entera apenas contara los días para sentir su aura de “cercanía”.

Te puede interesar: Pide CNDH que Congreso cite a comparecer al Gobierno del Estado y SEyD por detención de libros de texto

Pero claro, el guión no podía ser más predecible: el equipo de Loera está en modo pánico total porque, sorpresa, nadie se cree esa pantomima de “muy pueblo”. Así que activaron la maquinaria de acarreados con llamadas telefónicas que deben sonar más o menos así:
“Oiga, joven, ¿quisiera ir a ver al senador que llega a ras de tierra? Hay sorpresas. Sí, sorpresitas. ¿Ha visto el agua? Que si saqueo, que si “cártel del agua”… pero bien cercano al pueblo, ¿no? Entonces venga, por favor, que ya nos urge llenar camiones”.

Todo una escena de verdad conmovedora.

La gran novedad: ni aunque prometan ‘sorpresas’ —que seguramente son más bien cuates acomodados con chamarras moradas— se llena ese espacio. Están tan desesperados que ya ofrecen cosas mediocres: una torta y un refresco, y de ahí, “una sorpresa”. Si ni así convence… Imagínate.

Y mientras tanto, el senador habla de las terribles redes de corrupción y del famoso «Cártel del Agua» que supuestamente esquilma los mantos acuíferos, con reportes técnicos que entregó al gobierno federal y todo —como si eso lo hiciera humano y cercano.

Pero ya sabemos que nada dice “popular” como esconderte detrás de papeles densos mientras llamas por teléfono a gente para que te escuche hablar.

Es simplemente de risa desesperada: el que se quiere ver cercano, con discursos sobre pozos ilegales y agua como si fuera un héroe aguacero, pero tiene que rogar que le llenen el lugar. Puro teatro mal montado.


Por más que se disfracen de justicieros de la transparencia, Marco Quezada y Miguel La Torre no engañan a nadie. Ambos llevan más de una década orbitando el presupuesto público como satélites de la burocracia: cambian de partido, de discurso y de peinado según el viento electoral, pero si algo no han cambiado, es su ausencia total de resultados reales.

Ahora, en su nuevo papel de fiscalizadores espontáneos, se han colgado de un tema “luminoso”: las luminarias de Chihuahua capital. Aparecen muy indignados, con cejas arqueadas y palabras grandes, denunciando supuestas irregularidades sin presentar ni un recibo, ni una foto, ni una prueba. Solo declaraciones mediáticas, porque al parecer, hacer ruido vende más que trabajar.

Pero la respuesta no se hizo esperar. La regidora panista Isela Martínez, con tono de superioridad moral y armado de datos comparativos, salió a defender al Gobierno Municipal como si fuera una mezcla de Transparencia Internacional con el espíritu de Benito Juárez, asegurando que aquí todo está en orden, todo está certificado, todo es legal y hasta más barato que en Juárez.

Según ella, Chihuahua capital es un modelo de gestión, validado por organismos «independientes» —de esos que aplauden cada vez que se les menciona en una rueda de prensa. Y el mensaje es claro: cuestionar al Municipio es atacar la verdad absoluta. Punto.

Pero vayamos por partes. Primero: Isela Martínez tiene razón en una cosa —una sola—: que políticos como Quezada y La Torre no tienen cara para exigir cuentas. Han sido gobierno, diputados, alcaldes, funcionarios y nada, absolutamente nada han dejado que justifique su presencia más allá de sus espectaculares en tiempos electorales. Son expertos en la política de la declaración, del golpe sin evidencia, del escándalo sin sustancia. Es cierto: brillan, pero con luz prestada.

Segundo: tampoco hay que tragarse el cuento completo de la transparencia celestial. La modernización de luminarias sigue generando dudas. Los costos, los contratos, la ejecución… No basta con decir que el precio es más bajo que en Juárez para asumir que todo está perfecto. La comparación no es transparencia. La transparencia es documentación, información abierta, licitaciones claras y procesos revisables. ¿Dónde está eso?

Finalmente, lo más irónico del asunto: mientras los unos acusan sin pruebas y los otros se defienden con fanfarrias, los ciudadanos siguen caminando por calles mal iluminadas, inseguras y con servicios deficientes. Porque en el fondo, esta guerra de declaraciones no es por el bien común: es por los reflectores. Unos quieren subirse al escenario, los otros no quieren perderlo. Y en medio, Chihuahua.


¿No que mucho discurso contra los whitexicans? ¿No que la apropiación cultural era pecado capital en el catecismo progresista de Morena? Porque si vamos a ser coherentes, habría que empezar por preguntarle a la senadora de Morena por Chihuahua qué hace protagonizando spots a diestra y siniestra vestida como si acabara de salir de una pasarela rarámuri… patrocinada por Louis Vuitton.

Según la narrativa oficial del partido de la 4T, que siempre está listo para tirarle a los funcionarios fifís y a los influencers con huipiles de Instagram, ponerse ropa indígena sin pertenecer a la comunidad es poco menos que un acto de colonialismo moderno. Pero eso sí, cuando se trata de salir en medios, en campaña o en TikTok, se vale disfrazarse de pueblo con vestidos bordados (con precio en euros), una trenza perfectamente peinada por su estilista, y una sonrisa que más que humilde, parece ensayada.

La senadora en cuestión —que de rarámuri tiene lo que yo de astronauta— se ha convertido en la versión morenista de “ay, qué bonita mi blusa de Oaxaca, me la compré en la Condesa”. Solo que ella se la compra en París, la luce en el Senado y la presume en spots pagados con dinero público. Todo en nombre de la «identidad», claro. Porque nada grita “compromiso con los pueblos originarios” como una camisa artesanal con etiqueta de diseñador y un fondo musical prehispánico con mezcla Dolby Surround.

Y lo más curioso es que esta señora se indigna con los funcionarios que hacen lo mismo. Que si se ponen un sombrero tarahumara en un evento, que si se visten de mestizos los viernes, que si se toman fotos en comunidades que apenas conocen. Pero cuando ella lo hace, es “visibilización”, “reivindicación cultural” y “orgullo de nuestras raíces”. ¿Será que la hipocresía también viene bordada?

Porque no hay nada más ofensivo que disfrazarse de lo que no eres para simular cercanía con la gente que no visitas más que cuando hay cámaras o elección cerca. Esa moda no es solidaridad, es estrategia. Y esa imagen de pueblo no es identidad, es marketing.

Lo mínimo que uno esperaría es coherencia. O, por lo menos, un poco de honestidad al decir: “Sí, me puse esto porque pega bien en redes y la campaña viene floja”. Pero no. Aquí se finge humildad con ropa de 20 mil pesos y se vende “raíz” con fondos públicos.

Así que la próxima vez que la veas con blusa bordada y collar de chaquira, no te confundas: eso no es amor por lo indígena, es branding político con aroma a Chanel N°5.

NOTICIAS CHIHUAHUA

Social Media Auto Publish Powered By : XYZScripts.com