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Si alguien todavía cree que en 2027 habrá una guerra entre partidos, que se vaya preparando palomitas, porque todo indica que sí, habrá batalla… pero con un detalle: menos Morena, porque ese partido más bien traerá su propio circo romano interno. Y no por falta de gladiadores, sino porque la mayoría vienen vestidos con armaduras prestadas del PRI, PAN, PT, Verde y cualquier otro color que haya en la paleta. Morena ya no es un partido: es un Airbnb ideológico con disponibilidad ilimitada.

La militancia fundadora —esa que marchó, volanteó y discutió en Facebook desde 2014— podrá aspirar, con suerte y alineación de planetas, a uno o dos regidurías. Pero de ahí en fuera… nanaís. Las sillas importantes ya tienen nombre y apellido, y curiosamente ninguno es de quienes pusieron el primer ladrillo del movimiento.

En los pasillos del comité estatal ya dan por hecho que la candidatura a la alcaldía de Chihuahua será para Brenda Ríos. Y para diputaciones hay fila estilo “toma tu turno”: Miguel LaTorre, Marco Quezada, Ever Quezada, Miguel Riggs, y hasta Víctor Gómez, quien ya pasó por Movimiento Ciudadano, por el PT, por alianzas variadas, y ahora presume ser 100% morenista… aunque más bien parece 100% reciclable.

Pero ahí no acaba la romería: dicen que Carlos Borruel podría lanzarse por una diputación federal, y que su hija, Mónica Borruel, estaría lista para regresar a una regiduría, no por el PAN como antes, sino ahora arropadísima por Morena. Un verdadero árbol genealógico multicolor.

Mientras tanto, quienes sí llevan años en el partido, como el presidente del Consejo Estatal, Hugo González, se quedarán calentando banca, tomando café y viendo cómo desfilan los recién llegados rumbo a las candidaturas. Igual suerte para el ex dirigente Martín Chaparro, a quien no lo consideran ni para repartir folletos.

Así que, si Morena logra ganar algo en la capital, no se sorprenda de ver una mezcla que parece más junta directiva del zoológico que comité de partido: de todos los colores, todos los sabores… excepto Morena. Porque, seamos sinceros: en ese partido, los únicos que menos chance tienen… son los morenistas de verdad.

El rector de la Universidad Autónoma de Chihuahua, Luis Rivera Campos, parece atrapado en un bucle del que no logra salir: ni su pasado como director del Instituto Chihuahuense del Deporte le alcanzó para modernizar la visión de lo que debe ser un estadio universitario en el siglo XXI. Esta semana, la UACH anunció con bombo y platillo la “segunda etapa” de remodelación del Estadio Nido de Águilas —nuevas gradas, iluminación y pantalla LED—, un proyecto que huele a más de lo mismo: parches cosméticos que disfrazan la falta de un plan integral y, sobre todo, la incapacidad de romper con los viejos vicios de siempre.

Porque, mientras el rector presume avances, vuelve a contratar —¡sorpresa!— a Enrique Garay, el mismo personaje que ya había estado en la primera etapa y que, por arte de magia, aparece una y otra vez en los contratos de obra pública deportiva del estado. No es casualidad: Garay viaja con el rector continuamente, de congreso en congreso, de “gira técnica” en “gira técnica”, y siempre termina beneficiado con jugosos beneficios, porque de gratis nadie lo cree. Parece que existe un convenio muy chido, muy discreto y muy lucrativo que mantiene a los mismos de siempre en la jugada, mientras la UACH sigue gastando millones en remodelaciones eternas que nunca terminan de transformar el Nido en un estadio digno de una universidad autónoma. Al final, ni el deporte ni la educación salen ganando; salen ganando los mismos nombres de siempre, y el rector, atrapado en su propia nostalgia deportiva, no parece dispuesto a cambiar el guion.