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En los círculos ganaderos de Chihuahua, el presidente de la Unión Ganadera Regional, Álvaro Bustillos, optó por una postura de absoluta reserva al ser interrogado sobre la reciente vinculación a proceso del exgobernador César Duarte, acusado de emplear entidades como la Unión Ganadera Regional División del Norte y la Financiera División del Norte para presuntas operaciones de lavado de dinero y desvío de fondos públicos.
Bustillos fue tajante al declarar que no tiene comentarios que ofrecer respecto a litigios que involucran a figuras políticas, enfatizando que su organización se mantiene completamente al margen de cualquier implicación en el caso, lo que justifica su decisión de abstenerse de pronunciamientos públicos para evitar cualquier confusión o asociación indebida con el proceso judicial en curso.
Si el Tribunal Superior de Justicia fuera una carpa de circo, la Unidad de Notificación ya tendría pista propia, payasos fijos y un director que nunca sabe a qué hora empieza la función. Y no, no es exageración: es la realidad que se vive bajo el mando del experimento administrativo impulsado por Yamil Athié Gómez, quien parece empeñado en demostrar que siempre se puede estar peor.
El área hoy es un auténtico cuello de botella, un laberinto sin salida donde abogados y actuarios deambulan resignados, sabiendo que acudir con su titular, Daniel Castillo Santana, es perder el tiempo. Tan inútil se ha vuelto la ventanilla, que ya nadie toca la puerta: se brincan el trámite, suben pisos, hacen antesala y terminan en Presidencia o azotándole el escritorio al secretario Fierro, porque alguien —quien sea— tiene que apagar el incendio que Castillo ni ve ni entiende.
Eso sí, el nombramiento no fue un error, fue una decisión política. A la presidenta Marcela Herrera le vendieron la idea —y la compró— de que el recomendado de Yamil era la persona indicada. Hoy el costo se paga todos los días, en retrasos, quejas y una dependencia convertida en chiste interno del Poder Judicial.
Yamil, fiel a su estilo, confundió una posición clave con una posición de confianza personal, como si el Tribunal fuera una extensión de la mesa de cantina. Donde se necesitaba mando, puso docilidad; donde se requería carácter, colocó sumisión; y donde urgía capacidad, entregó improvisación.
No sorprende entonces que a Daniel Castillo ya no lo llamen por su nombre. En los pasillos le dicen “El Chompiras”, porque entra, sale, sonríe y nunca resuelve. Está, pero no está. Cobra, pero no manda. Firma, pero no decide. Una figura decorativa con gafete oficial.
El verdadero problema no es Daniel, sino el Yamil que lo fabricó. Porque si este es el tipo de perfiles que Athié considera “aptos” para operar áreas sensibles, el mensaje es claro y preocupante: el Poder Judicial no se dirige con criterio institucional, sino con lealtades personales.
Y si así está el ensayo general antes de que Yamil Athié tome la presidencia, el estreno promete ser un desastre. Uno donde la justicia llega tarde, la burocracia se ríe y los ciudadanos pagan el boleto para ver cómo el Tribunal se administra como club de amigos… y se hunde como institución.
