Gibrán Ramírez Reyes

 

Con solidaridad para Ciro Gómez Leyva

Rumbo a la elección de 2024, Morena parecería ir viento en popa. La cúpula del poder morenista se ha cansado de presumir su ventaja en las encuestas, la aprobación de AMLO y la marcha que comprobaría su gran arrastre social, que en su narrativa seguiría casi intacto después de un ejercicio de gobierno peor que mediocre. López Obrador, por su parte, ha dicho que entre los más poderosos empresarios de México ninguno ha perdido dinero. Se ha quedado corto y no ha dicho lo fundamental: al puñado de hombres que parten y reparten el queso en México les ha ido espectacularmente bien: han crecido sus fortunas mientras los demás se empobrecen. Los Slim, Baillères, Larrea, Fernández, Servitje, Hank, Garza Sada, Salinas Pliego, Valle, no han sufrido el gobierno de AMLO, sino aprovechado su desgobierno y recuperado con la mano derecha –y con creces— lo que se les cobra de impuestos con la izquierda. Que ha incrementado la riqueza extrema de once personas lo ha documentado la CEPAL; que bajó dramáticamente la recaudación de impuestos entre los grandes mineros aunque la producción haya crecido, lo reportó la propia Cámara de la Industria. Los ricos, de verdad ricos, los que tienen fortunas de miles de millones de dólares, están contentos, y el discurso del gobierno mantiene pasivos a los oprimidos del sistema. No es gratuito que Carlos Slim, por ejemplo, llene de loas al futuro mexicano, que más bien es incierto y oscuro. Adicionalmente, el entorno político que rodea a Claudia Sheinbaum tiene conexiones –además de con este gran empresariado— con la tecnocracia neoliberal que gobernó al país con Enrique Peña Nieto, lo que detallaré en un texto posterior. La pregunta es: si tienen todo esto a su favor, si la candidatura de Sheinbaum es la candidatura del sistema, ¿por qué tienen que hacer avanzar una reforma política que destruye buena parte del aparato de organización y cuidado de las elecciones?

 

La respuesta es que López Obrador y su equipo tienen miedo del comportamiento de las clases medias urbanas. En 2021 recibieron una muestra de que estas, autoorganizadas y movilizadas políticamente, pueden derrotar a su aparato. Así perdieron la Ciudad de México sin esperarlo ni advertirlo las encuestas, pero tampoco han podido tomar ciudades tan simbólicas como Monterrey o Guadalajara, y perdieron algunas que antes habían ganado (como Morelia). La marcha del aparato fue, por eso, para desmotivar y apabullar a ese sector social cuya fracción más progresista fue, por cierto, la que mantuvo vivo políticamente al movimiento social que encabezó antes de ser presidente. Sin clases medias urbanas, la manipulación y la antidemocracia con que se maneja la política en los territorios con menor presencia de las instituciones del estado y donde sigue campeando el fraude electoral, lo habrían extinguido. Las clases medias urbanas siguen en lo mismo, buscando pluralismo y democracia; a la oligarquía eso le da más o menos igual, porque no han dejado de ganar; las clases populares privadas del derecho a la seguridad social han padecido la crisis más que nadie. La clase política morenista, sin embargo, está dispuesta a superar a los gobiernos de Fox, Calderón y Peña en su desprecio a la legalidad y su vocación autoritaria –es la única vía que tienen para mantenerse en el poder.

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