Por increíble que parezca, se diría que la agresión que padeció Denise Dresser en el Zócalo, en el fondo, le dio gusto al presidente de la República. ¿Por qué decimos esto? Porque ayer en la mañanera, no solo no reprobó con contundencia la agresión multitudinaria contra la periodista, sino que, de alguna manera, aplaudió el hecho. Para AMLO, este tipo de manifestaciones agresivas contra periodistas son parte de la transformación de la 4T: «La calle no importaba, decían: ‘el pueblo no existe, la política es asunto de los políticos, nosotros somos los expertos, los que tenemos capacidad de analizar la realidad y el pueblo no está preparado para la democracia’. Ese era el pensamiento conservador, no, ya esto cambió. Se queda uno sorprendido del nivel de análisis, la profundidad de mucha gente, de millones de mexicanos, tienen más capacidad que muchos intelectuales, políticos, entonces eso es lo que es sucediendo», agregó AMLO en su mañanera de ayer. Para López Obrador no importa que se agreda impunemente a una mujer en medio de la Plaza de la Constitución por una multitud enardecida, ya que estas agresiones quedan justificadas porque están dirigidas contra sus adversarios de siempre, es decir: los neoliberales, los conservadores, los de la derecha, etcétera, etcétera. A ellos sí se vale insultar y decirles: «Nadie te quiere, fuera, fuera Denise!», «No es tu lucha burguesa, regrésate al ITAM, regrésate a Polanco» y «¡Eres panista, neoliberal!», fueron algunos de los gritos. Si este tipo de brutalidad verbal no contribuye aún más a dividir a la sociedad mexicana, nos preguntamos y ahora qué sigue para los periodistas que no piensan como los de Morena: amenazas por teléfono, allanamiento del lugar de trabajo, intimidación contra su familia, etcétera, etcétera.
Este tipo de ataques, embestidas y atentados son síntomas de un preocupante deterioro social, promovido sin duda por el propio Presidente que parece no medir las consecuencias de sus dichos y amenazas contra los periodistas que simplemente no son de su agrado.
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Ayer, en la rueda de prensa, se veía particularmente repuesto de sus muchos achaques, tal vez por el hecho de que agredir a sus enemigos lo reconforta, lo sana, pero sobre todo lo fortalece. Se hubiera dicho que su presión arterial se había normalizado, que su tiroides funcionaba perfectamente y que su gota ya había dejado de molestarle. Con qué cara de satisfacción, siempre con su sonrisita sardónica, decía: «Vean una mesa de análisis en Televisa, cualquier medio de comunicación, las radios, todos en contra de nosotros. De repente hay uno, creo que Epigmenio es una vez a la semana con Ciro para que haya equilibrios, pero en general todos en contra. Eso es lo que está pasando, porque así era antes».
López Obrador, además de enfermo, está entrampado con tantas presiones, como el caso Ayotzinapa, cuyas últimas revelaciones contradicen todo lo dicho y hecho anteriormente; un AIFA permanentemente vacío; un Tren Maya cada vez más caro y más conflictivo; una refinería que no produce; una deuda externa creciente; una disminución en las remesas; muchos desencuentros con el gobierno de Biden, pero sobre todo, una violencia incontrolable. Las cosas no le han salido al Presidente como lo esperaba. Según él, no le quedaba otra salida más que recurrir al Ejército, al que le ha dado carta blanca para todo y que viene siendo un salto mortal, dadas las experiencias anteriores. Como bien dice Hernán Gómez: «…el propio presidente de la República ha venido creando un Frankenstein: un monstruo que parece haber cobrado vida propia. Por eso debe ponerle un hasta aquí a las Fuerzas Armadas. Ojalá no sea demasiado tarde». (El Universal).
Lo que más molesta de López Obrador, en situaciones como las que padeció Dresser el domingo por la tarde, es su falta de empatía y su tendencia a minimizar todo aquello que no le sale bien. En cuanto al hackeo de los documentos de Sedena, descartó investigaciones o sanciones. «¡Uy, qué miedo!», diría con una irresponsabilidad inaudita, cuando este hecho no es un asunto menor. Para colmo este Ejército, que ha sido hackeado, a su vez espía, porque hay que saber que el Ejército mexicano compró el software Pegasus en 2019, sofisticada herramienta de espionaje. De esta forma espía gobiernos de diferentes países, incluyendo al nuestro en plataformas como Animal Político, Aristegui Noticias y la revista Proceso.
Ahora sí que qué miedo…
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