El contexto internacional de las décadas de 1950 y 1960 fue coherente con la aplicación de un modelo económico aislacionista como la Industrialización por Sustitución de Importaciones (ISI). A pesar de este aislacionismo, el país comenzó a abrazar las relaciones con los países latinoamericanos para contrarrestar la abrumadora presencia de los EE. UU. Una plataforma que México utilizó para desarrollar esta estrategia de contrapeso fue la Organización de los Estados Americanos. México trabajó activamente para obligar a EE. UU. dentro de la OEA a aumentar su costo de actuar unilateralmente y construir coaliciones con Estados en una posición similar. México también se resistió a la promoción de la democracia en el hemisferio. Esto fue evidente en el golpe de Estado estadounidense de 1954 que derrocó al gobierno de Jacobo Arbenz en Guatemala. Estados Unidos buscó legitimar sus intervenciones en la región vinculando estas intervenciones contra las “intervenciones comunistas en la región” con la defensa de los gobiernos democráticos. México patrocinó una contrapropuesta fallida, que defendía el derecho de los países del hemisferio a elegir su sistema de gobierno preferido.
Esta posición de México estuvo presente en la defensa del régimen castrista, oponiéndose a la expulsión de Cuba de la OEA y siendo el único país de América Latina que no rompió relaciones con el gobierno cubano durante este tiempo. El gobierno mexicano tomó una posición similar cuando criticó duramente la intervención estadounidense en la República Dominicana en 1965. Sin embargo, la contribución diplomática más importante de México a la región fue el tratado de Tlatelolco de 1967, que convirtió a América Latina en la primera región ‘desnuclearizada’ al prohibir la desarrollo, almacenamiento, distribución y ensayo de armas nucleares en América Latina y el Caribe. El Organismo para la Proscripción de las Armas Nucleares en América Latina (OPANAL), con sede en la Ciudad de México, fue creado para administrar este tratado (Mendoza, 2014). Los esfuerzos de Alfonso García Robles, Secretario de Relaciones Exteriores de Echeverría, en la creación del Tratado de Tlatelolco fueron reconocidos por la comunidad internacional cuando García Robles recibió el premio Nobel de la Paz en 1982. Este episodio ilustró el liderazgo regional de México en América Latina.
La integración de México con América del Norte en la década de 1990 centró gran parte de la atención del país en los asuntos económicos del Norte Global. Esta integración provocó una respuesta de los líderes y diplomáticos latinoamericanos, quienes criticaron este movimiento de abandonar las “raíces latinoamericanas” de México (Benítez, 2016, 35). El desapego de la región llevó a académicos como Pellicer (2006) a caracterizar la posición de México en el mundo como una potencia intermedia que no le apetecía ejercer ningún papel de liderazgo regional.
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