La narcogentrificación elevó los precios de viviendas y servicios en barrios de varias ciudades mexicanas. El fenómeno combinó la gentrificación tradicional con la influencia del narcotráfico, donde el dinero ilícito impulsó la compra de propiedades y negocios locales.

Culiacán registró un aumento en el valor inmobiliario impulsado por inversiones del narcotráfico. Este crecimiento provocó que muchos residentes originales fueran desplazados de sus barrios, modificando la estructura social y la convivencia comunitaria.

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Mazatlán también presentó presencia de dinero del crimen organizado en el mercado inmobiliario. La llegada de estas inversiones elevó los precios de vivienda y servicios, alteró la economía local y generó cambios en la vida cotidiana de la población.

Familias desplazadas de Sinaloa llegaron a Durango buscando seguridad. La migración aumentó la demanda de vivienda en la ciudad y afectó el mercado inmobiliario, aunque no se documentó con el mismo detalle que en Culiacán o Mazatlán.

La presencia del narcotráfico transformó el entorno urbano y la infraestructura de las comunidades. Muchas áreas experimentaron cambios en la planificación urbana sin que existiera una regulación formal o programas de desarrollo local.

El aumento de precios y el desplazamiento social redefinieron la dinámica de los barrios, alterando el tejido comunitario y generando estigmatización de algunas zonas. La combinación de estos factores afectó tanto a los residentes originales como a los nuevos habitantes.

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