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Andrés Manuel López Obrador, como un iluminado, eligió el día y la hora, además del escenario. Se decidió por el Salón Parlamentario de Palacio Nacional, con el propósito de que se establecieran las analogías históricas con Benito Juárez, notoriamente en el número de años que fue presidente de la República.

López Obrador conoce el destino inmediato de sus iniciativas de reforma constitucional, porque no alcanza la mayoría calificada. La propuesta no es la continuidad mañana con Claudia Sheinbaum, sino hoy, por eso estará atento a cualquier mal paso desde la oposición, a todo acto de violencia “electoral”, a las muertes de los candidatos a puestos de elección, a cualquier gesto por él considerado lesivo a su investidura. Buscará el mínimo pretexto para posponer las elecciones y alargar su mandato. ¿Estoy majareta? No es imposible que así suceda.

En la biografía de Porfirio Díaz escrita por Carlos Tello Díaz, encuentro una reflexión del autor: “Los comicios, por todo ello, fueron obra de las autoridades, a un costo muy alto para el futuro de la democracia. En los años y los lustros por venir -por un tiempo que parecía no tener fin, hasta el ocaso del siglo XX, de hecho- las elecciones en México serían organizadas, financiadas, controladas, calificadas y juzgadas por el Supremo Gobierno de la República”.

Fue hasta que el pernicioso y denostado neoliberalismo participó del poder en la República, que el Supremo Gobierno cedió el control de las elecciones a la ciudadanía. El secretario de Gobernación debió hacerse a un lado, para que no ocurrieran más caídas del sistema, como en 1988, entonces a cargo del incombustible Manuel Bartlett Díaz. El golpe propiciado a la libertad y a Cuauhtémoc Cárdenas fue instrumentado por él, debido a un profundo enojo en contra de Miguel de la Madrid. Es lo que hermana al Director de CFE con el presidente de la República: un desmedido resentimiento.

¿A dónde nos conduce la propuesta de 20 reformas constitucionales? ¿A la democracia serena y sin violencia? ¿A la confrontación desde las tribunas políticas y periodísticas? ¿A la cancelación de las aspiraciones por medio del crimen político? ¿Qué tan lejos estamos de que se declare Estado de excepción y se cancelen las elecciones? Han sembrado el camino para lograrlo.

Por lo pronto, el presidente constitucional de México nos da un anticipo de lo que se nos viene encima, en el entendido de que la subordinación a la ley es pareja y para todos. Andrés Manuel López Obrador decidió que por encima de esa ley (transparencia) está la autoridad moral y la autoridad política, la suya.

Cuando decida transgredir la ley electoral, procederá así. Jesica Zermeño permanece incólume y se queda con el ojo cuadrado. Ya sabemos cómo nos ha gobernado estos años. Comparto la nuez de ese intenso diálogo entre una reportera y la máxima autoridad del Poder Ejecutivo, envuelto en la Bandera.

Jesica Zermeño: ¿Y qué hacemos con la Ley de Transparencia?

Presidente de la República: Por encima de esa ley está la autoridad moral, la autoridad política. Yo represento a un país, a un pueblo que merece respeto. No va a venir cualquiera, porque nosotros no somos delincuentes, tenemos autoridad moral y no va a venir cualquier gente, que, porque es The New York Times, y nos va a sentar en el banquillo de los acusados.

Es posible que pronto, muy pronto, descarrile el proceso electoral.

Por AL PE

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