CARLOS JARAMILLO

POR CARLOS JARAMILLO VELA
Luis Echeverría: un lección para el porvenir… y para AMLO.
El reciente fallecimiento del ex presidente de México, Luis Echeverría Álvarez,
acontecido durante la noche del día viernes 8 de julio de 2022, a la edad de 100
años, ha suscitado diversas reacciones y comentarios en torno a su figura.
Echeverría gobernó al país durante el sexenio de 1970 a 1976, y siempre estuvo
rodeado por la controversia y la polémica debido a los antecedentes de su
participación en la represión y masacre de opositores en Tlatelolco, ocurrida en
octubre de 1968, cuando siendo Secretario de Gobernación en el sexenio del
presidente Gustavo Díaz Ordaz aplacó las manifestaciones de activistas políticos y
estudiantiles que se oponían al régimen. La represión y muerte de decenas de
personas –se dice que en realidad fueron cientos- a manos de los grupos
policiacos y militares especiales comandados por Echeverría -con la venia de Díaz
Ordaz- constituyó un estigma que el primero de éstos nunca logró borrar de su
biografía e imagen personal.
Otros aspectos que marcaron para la posteridad el desempeño público de
Echeverría fueron el populismo que le caracterizó durante su gestión al frente del
gobierno, así como el errático manejo de la economía del país y la administración
gubernamental, circunstancias que fueron las causantes de los adversos
resultados de ese ejercicio de gobierno (1970-1976), así como de las secuelas
económicas, políticas y sociales que éstos provocaron. A Luis Echeverría le tocó
iniciar su mandato cuando en todo el mundo se hablaba del “Milagro Mexicano”
gestado por el notable y sostenido crecimiento económico que México había
logrado en los recientes años previos a la gestión echeverrista, sin embargo, al
término de su encomienda, entregó al país sumido en medio de una alta inflación y
una fuerte devaluación del peso mexicano cuyo valor se depreció en un 100 por
ciento respecto al dólar estadounidense; el tipo de cambio era de $12.50 pesos
por dólar cuando el presidente Echeverría asumió el cargo, y terminó en $25.00
pesos por dólar al fin de su gobierno. Este fue el dato más revelador del fracaso
económico de su sexenio.
Echeverría también fue y sigue siendo fuertemente criticado por su política
populista y nacionalista que lo llevó a tomar decisiones equivocadas en materias
económica y social, al involucrar sin éxito la participación del Estado en una serie
de empresas productivas, y destinar a ello cuantiosas sumas de dinero público. La
excesiva e irracional emisión de capital circulante ordenada por el entonces
presidente constituyó otro enorme desatino de su gobierno, y ocasionó la profunda
devaluación y crisis económica que se registraron al final de ese sexenio.
Asimismo, y como resultado de las erróneas decisiones que llevaron a Echeverría
a promover la intervención del Estado en diversos sectores de la economía, así
como a engrosar considerablemente la nómina del aparato burocrático federal,
cuando entregó el poder a su sucesor, el presidente José López Portillo (1976-

1982), la deuda pública del país había pasado de 3 mil a 20 mil millones de
dólares.
Algunos analistas ven en el Presidente Andrés Manuel López Obrador una
especie de émulo de Echeverría en ciertos aspectos. Quienes comparan las
similitudes existentes entre ambos afirman, con sobrados argumentos, que el
actual mandatario mexicano también es de corte populista y además pretende
conferir al Estado mayor una participación en sectores de la economía (el
energético, por ejemplo) en los que no resulta eficiente ni redituable la
participación gubernamental. La muerte del ex presidente Echeverría ha traído a
colación ciertos pasajes de la vida e historia pública de la nación que no deben
olvidarse, y de los cuales hay que aprender para evitar caer en los costos errores
del pasado. Ojalá todo ello sirva como una lección histórica para que el presidente
López Obrador, en caso de ser necesario, corrija el rumbo en los aspectos
deficientes de su gestión gubernamental, pues es de sabios cambiar de opinión,
ya que la arrogancia y la obstinación irracional jamás serán buenas consejeras

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