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Por generaciones, fue más que una construcción: fue un umbral hacia lo desconocido, un espejo de nuestros miedos y una chispa inagotable para la imaginación popular.
La reciente demolición de la emblemática Casa Embrujada de Lomas, en Chihuahua, marca el fin físico de un lugar que durante décadas habitó un territorio mucho más vasto que sus 3,600 metros cuadrados: el de la memoria colectiva. Su derrumbe no solo elimina un edificio, sino que cierra un capítulo fundamental en el imaginario urbano de la ciudad.
La casona, marcada por incendios que dejaron cicatrices irreparables, se convirtió con los años en el escenario perfecto para relatos fantasmales. Entre ellos, destacó la célebre leyenda de “la niña quemada”, un mito que trascendió generaciones y que, sin necesidad de pruebas, encontró un hogar permanente en la inquietud y la curiosidad de miles.
Cientos de chihuahuenses se acercaron a lo largo del tiempo para contemplar sus muros ennegrecidos. Algunos se detenían en la banqueta, como quien mira un altar; otros se atrevían a cruzar la barda en busca de un estremecimiento que solo los lugares cargados de historia pueden ofrecer. La casa, silenciosa y austera, parecía observarlos a todos, custodiando secretos que nunca revelaría por completo.
En los últimos años, y gracias al acuerdo con las propietarias, el espacio cobró nueva vida como escenario de los Paseos de Sherlock Holmes y del más reciente tour Nocturna. En sus corredores se escucharon relatos, pasos sigilosos, ruidos que ponían a prueba la valentía de los visitantes y sombras que parecían moverse por voluntad propia. Fueron noches intensas, de esas que dejan marca. Noches en las que la casa se comportaba como un personaje más.
Hoy, mientras las máquinas reducen la finca a escombros, muchos sienten que algo íntimo se desvanece. La nostalgia, más que por la estructura, proviene de la certeza de que en esas paredes convivieron décadas de historias. Historias contadas, susurradas, imaginadas. Historias que hicieron de la Casa Embrujada de Lomas un símbolo imprescindible de la cultura popular chihuahuense.
Pero si algo enseñan las leyendas es que los lugares no mueren cuando caen sus muros, sino cuando se apaga su relato. Y este, lejos de desaparecer, parece cobrar nueva fuerza.
Así, mientras el polvo de la demolición se asienta, queda el eco de todo lo vivido —y de todo lo fantaseado— en esa casona que, aunque ya no exista, seguirá habitando el territorio donde realmente nació: la imaginación de un pueblo.






