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¿Por qué no sucede nada con los asesinatos de mujeres? Pregunta de miles de personas ante los hechos conocidos cada día; circunstancias y detalles que, por las redes sociales y el mundo mediático, nutre la narrativa del morbo. Testimonios y hechos que dejaron de alterar nuestras vidas, se ven como parte de la cotidianidad.

“Casos” que en la práctica se convierten en una pedagogía de la violencia… naturalizados. Una peligrosa tendencia que atenta contra la inteligencia. Nadie cuestiona que esto no puede ser el suceso del día.

Los casos que “trascienden” son muestra agigantada de la sociedad patriarcal, donde toda la violencia, y la específica contra las mujeres, se mete en las conciencias como parte de la desgracia humana. Y explicada políticamente, se ve como la maldad, como algo sin remedio. Los depredadores lo hacen, porque no les pasa nada.

El patriarcado es un sistema de relaciones sociales injusto, jerárquico y autoritario que domina todo. Un sistema por transformar. ¿Con qué herramientas? ¿Cuáles son las pautas pedagógicas para explicarlo y sacarlo de la sola narrativa de lo criminal, que en teoría se combate con la fuerza y el castigo, con la cárcel y procesos judiciales? Una falacia que se topa con la impunidad.

El entramado social que sustenta a la violencia contra las mujeres se funda en el poder, en el ejercicio del padre y su autoridad. Los abusos, crímenes y acciones del poder subsisten sobre la democracia, el buen vivir y las utopías humanas.

De nada sirven los discursos esperanzados y humanistas. Las feministas, desde hace casi tres siglos, han dicho, han especulado y han elaborado de la teoría a la literatura, hablando de otra sociedad, una ideología y una agenda por cumplir, obstaculizada por la ideología de la adoración de líderes y caciques.

Es penoso el discurso oficial de este tiempo que cree en el “pueblo bueno” que se corregirá con mendrugos económicos, como el camino para acabar con estos horrores. Los hombres del pueblo son los hombres que ciegan la vida de al menos 11 mujeres diariamente. Son los que controlan a las mujeres, las humillan y las maltratan, pero las veneran cada 10 de mayo. ¿Eso se puede cambiar?

Durante cinco décadas, las feministas mexicanas han recorrido calles, valles, montañas, pueblos, comunidades, hablando con las mujeres, describiendo al patriarcado, enseñando los valores de la autonomía y la libertad. Por eso muchas de ellas ya no se callan y usan las nuevas tecnologías de la comunicación.

Es sorprendente la apertura sobre la realidad oculta durante siglos. Se acerca el fin a la secrecía y el silencio. Es impresionante la nueva narrativa: la de madres solteras, la aceptación de las o los tíos, primos y hermanos homosexuales, bisexuales, transexuales; la escucha de experiencias negativas de la violencia cotidiana, de las cosas no habladas y que ahora están en la arena pública.

No hay reparo para contar los abusos del maestro o el cura del pueblo. Discuten abiertamente prácticas y preferencias sexuales, de la violencia en casa, de las sospechas de un feminicidio en la familia. Están identificados todos los horrores del patriarcado y sus consecuencias.

Los crímenes del poder son datos abiertos. Pero todavía asusta. Hay desesperación, pequeñez analítica, no se entiende qué es el patriarcado.

Por ello, la serie televisiva Caníbal, patrocinada por la Suprema Corte de Justicia de la Nación, no servirá, porque no están las mujeres —las víctimas— en el centro. En cambio, se hace apología del perpetrador, presentado como enfermo, quien en realidad es el representante de la práctica patriarcal. Su mensaje parece ser: “Podemos dormir tranquilos”. No es el sistema, no es el poder; es un hombre desviado, un caso único. No es mi realidad. Preocupante. Veremos…

Por AL PE

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