Noticias Chihuahua:
Un eco irónico retumba en los pasillos del poder mexicano, donde el expresidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO), ahora desde su retiro en el Palenque de Palenque, se erige como el oráculo involuntario ante la avalancha de manifestaciones que asfixian al gobierno de Claudia Sheinbaum: bloqueos de transportistas y productores en 31 puntos viales, cierres de aduanas en Chihuahua y amenazas de asedio a la Ciudad de México, un torbellino de furia rural que obliga a la actual mandataria a morder la cola de su propio legado, enfrentando el mismo método callejero que AMLO perfeccionó como nadie para derrocar gobiernos anteriores, un arte de la protesta que ahora lo pone en el banquillo de los acusados.
Porque si alguien conoce el elixir para domar la «industria de la protesta» —como la bautizó el priista Arturo Núñez Jiménez en los 90, ruborizándose luego como perredista lopezobradorista—, es el tabasqueño que la industrializó con maestría: desde el Éxodo por la Democracia de 1991 contra fraudes electorales en Tabasco, que culminó en el Zócalo con caravanas de indignados, hasta las marchas masivas contra el Fobaproa en los 90 con consultas populares que cuestionaban deudas privadas convertidas en públicas, pasando por el plantón de 47 días en Paseo de la Reforma en 2006 bajo el grito de «voto por voto, casilla por casilla» tras la supuesta ilegitimidad de Felipe Calderón. AMLO, que se tiraba a los pies de Ernesto Zedillo en 1996 para exigir audiencias o desataba caravanas contra Vicente Fox, sabe que el antídoto radica en la sensibilidad social que él predicaba: programas reales con dinero fresco para atender quejas, no promesas evaporadas como las mesas de diálogo en Segob que fracasan una tras otra, dejando a campesinos y camioneros clamando por licencias plastificadas, pagos adeudados de 1,200 millones de pesos en trigo y una Ley de Aguas que no robe el vital líquido a los campos sedientos.
Sin embargo, el contraste duele como un bumerán: el mismo AMLO que avalaba protestas feministas como válvulas de escape —incluso proponiendo plebiscitos para temas como las corridas de toros en 2024, bajando el umbral de participación del 40% al 30% para hacerlas vinculatorias— ahora ve desde su exilio dorado cómo su fórmula se vuelve contra su sucesora, con Sheinbaum lidiando con un «morderse la cola» que él mismo describió en mañaneras pasadas. Estudios académicos en Irlanda, financiados por la Unión Europea, hasta analizan su estrategia visual y comunicativa como «antídoto contra el populismo», pero en la práctica, el remedio parece ser el diálogo genuino que AMLO usaba para transformar calles en tribunas: atender con presupuestos reales la inseguridad en rutas que devora camioneros, la extorsión que cobra 13 mil asaltos al año y el abandono agropecuario que amenaza con una crisis alimentaria en Chihuahua, donde el 15% de los granos nacionales penden de un hilo seco.
Este llamado a Palenque no es mera nostalgia, sino un grito de urgencia para un gobierno que hereda el fuego que AMLO encendió: ¿el antídoto es la empatía que él exigía a Zedillo y Fox, o la represión que tanto denunciaba? Mientras transportistas rugen «mejor bloqueo que cadáver» y productores valoran cercar la CDMX ante el fantasma de un Ejército reprimiendo en lugar de protegiendo, la respuesta de AMLO —si es que llega desde su Palacio de Invierno— podría ser el manual definitivo: la protesta se apaga con justicia social, no con gas lacrimógeno, un legado que Sheinbaum debe abrazar antes de que las calles se conviertan en un río de rencor que inunde el sueño de la 4T.







