Luis González se dedica es un artista visual de la capital con casi dos décadas de trayectoria en el tatuaje, el graffiti y los murales. Se ubica en el local Pachamama, ubicado en el Centro Histórico de la ciudad de Chihuahua, a un lado de Palacio de Gobierno.
¿Qué vino primero en la vida de Luis González: el tatuaje o el graffiti? ¿o aparecieron al mismo tiempo?
Para mí vinieron de la mano. Porque yo hacía graffiti, hacía murales, y pues ya a la gente le gustaba cómo hacía mis dibujos y eso. Y ya empecé a hacer tatuajes a la gente.
¿Hubo una especie de formación en la escuela o su formación fue autodidacta?
No. Siempre dibujé, no estudié nunca. Fui a unos cursos de dibujo en La Asegurada, que son muy buenos ahí. Fueron los únicos cursos que hice, pero ya de grande. Pero no, nunca me dediqué a nada de eso.
¿Y cuando fue el momento en que usted dijo «voy a dedicarme a dibujar»?
Nunca lo dije; nada más lo hacía por hacerlo. Desde pequeño era para la única cosa que era bueno, y tenía que sobresalir con eso. Y lo seguí ejercitando.
¿Hubo una preferencia por un autor, una corriente de dibujo, una serie? ¿hay alguien en especial que lo haya inspirado?
Cuando estaba chavo me tocó ver unos dibujos en copias, que no sé como llegaron ahí al barrio, de un cholo de la Miller, que hacía dibujos muy chidos. Y yo notaba que él agarraba como base fotografías de lo que sea. Incluso tiene uno que era los Niños Héroes en la estatua de México, y ya los convertía en cholos y cosas así. Y fue lo que me inspiró para hacer lo mismo.
Uno mira sus creaciones y descubre estilos diversos: de pronto imágenes chicanas —si el término es permitido—, luego prehispánicas, de repente retratos de Jesucristo, de la Virgen María. ¿Cuál es el estilo que Luis prefiere?
A mí me gustan más del estilo cholo, que más bien es estilo mexicano. No sé por qué le llaman muchos estilo chicano. El hacer cosas mexicanas, como charras y cosas referentes a la cultura es algo mexicano, no algo chicano. Me gustan más las sombras, el estilo así como los dibujos de este señor, que en realidad ni lo conozco. Me gusta tomar fotografías a cosas y transformarlas a mi modo. Hacer el estilo cholo es eso: agarrar algo que ya está y hacerlo al estilo de uno y transformarlo en lo que tú quieras.
Platíquenos cómo ha sido la vida de tatuador.
Aquí trabajamos juntos varios compañeros. Yo estoy aquí desde 2005, y todo inició así, batallando, porque al principio la gente no se tatuaba. Si te tatuabas no te iban a dar trabajo. Y pues siempre batallamos. Hoy en día ya no hay problema con eso. Hay más gente que lo hace, que lo hacemos, y eso provoca que se batalle más, pero como tengo años en esto
ya me conocen. Siempre aquí estuvo el local. A mí, de hecho, me lo traspasó una persona en 2005-2006, que era de Querétaro. Él tatuaba aquí y, por algunas cosas, se tuvo que ir, y me lo traspasó. Desde entonces mi esposa y yo empezamos aquí, y también mi hermano. Ahí le hicimos poco a poco.
¿Ve usted un cambio en la percepción de esta expresión corporal, en el estigma del tatuaje?
Lo bonito que se me hacía a mí del tatuaje era declararse subversivo. Era rebeldía, era ir en contra de lo que la gente quería de ti. Te tatuabas y, para empezar, no te daban trabajo. Era mal visto, y eso muchas veces era lo que a la mayoría nos gustaba. Ahorita que ya es moda no hay problema en conseguir trabajo. De cierta forma ha perdido la magia, pero sigue siendo algo que nos gusta y no nos perjudica más el portarlos. Es muy bueno ¿no? porque no se mira tan mal aunque haya perdido su magia.