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¿Cuánto estarías dispuesto a sacrificar en nombre de la «soberanía»? ¿Cuánto estarías dispuesto a pagar para apuntalar a CFE, a Pemex y a Bartlett? ¿Cerrarías las empresas mexicanas que exportan a Estados Unidos y Canadá? ¿Acabarías con los millones de empleos que proveen? ¿Dejarías de comprar productos estadounidenses que hoy se encuentran en cualquier supermercado a precios accesibles? ¿Te tendría sin cuidado la devaluación del peso, la salida de capitales, y el aumento de las presiones inflacionarias? ¿Estarías contento con regresar a la era de fronteras cerradas, y de un solo jabón, una sola televisora, un solo chocolate, un solo partido? ¿Marcharías para defender una causa que beneficia al Presidente, pero daña al país? Esa es la disyuntiva en la cual López Obrador ha colocado a México al promover un pleito comercial con Estados Unidos y Canadá, por razones político-electorales. Al embestir al libre comercio, AMLO gana, pero México pierde.
En busca de otro enemigo con el cual pelearse, AMLO ahora ha elegido al T-MEC y las consultas exigidas por Estados Unidos y Canadá por su supuesta violación. Lo critica por violar la soberanía del país. Por darle prioridad a empresas extranjeras por encima de la CFE y Pemex. Por malbaratar a México y saquearlo. Envuelto en la bandera nacional, el Presidente oculta lo que hay debajo de ella: lo bueno que el Tratado ha traído. Ha elevado las exportaciones manufactureras. Ha beneficiado a millones de consumidores. Ha llevado a que una amplia gama de productos que se venden en el mercado estadounidense tengan la marca «Made in Mexico», cuando eso antes no ocurría. Ha llevado a que México se vuelva un país multiexportador, cuando antes era monoexportador. Ha llevado a que vendamos aparatos eléctricos y autopartes, cuando antes sólo vendíamos aguacates. Sin la vecindad contractual que funciona como salvavidas, México se hubiera hundido solo durante la crisis financiera de 1994. Sin la integración institucionalizada, muchos antimexicanos al norte de la frontera tendrían motivos para erigir un muro.
López Obrador parecía entender por qué y para qué se firmó el TLCAN, ahora T-MEC. Tan es así que envió su propio equipo a renegociarlo, y celebró cuando eso ocurrió. Ahora que AMLO quiere irse por la libre en el tema energético, lo que no sabemos es si Jesús Seade le mintió sobre lo negociado, o si a AMLO no le importan los compromisos contraídos. Sea cual sea la explicación, el Presidente sin palabra ha puesto en riesgo a la nación.
Porque desde hace treinta años y ahora, la lógica del TLC/T-MEC es la misma. El Tratado es un sello de calidad, una marca de identidad, una constatación de estabilidad. Desde 1994 ha funcionado como una invitación a la inversión extranjera, capaz de financiar lo que México no puede hacer por sí mismo. Ha institucionalizado la cercanía y asegurado los negocios. En lugar de ser mal visto como un turbulento país latinoamericano, México ha sido reclasificado como un país norteamericano, con todos los beneficios que eso entraña. Predictibilidad. Confiabilidad. El fin de los vaivenes de política macroeconómica que produjeron crisis tras crisis. El reemplazo de caprichos unipersonales por ataduras institucionales. Un marco normativo supranacional para limitar los efectos de malas decisiones domésticas.
Para lograr esos beneficios, México colocó todos los huevos en la canasta norteamericana, y para bien o para mal le apostó a la integración como solución. Hoy AMLO, por razones estrictamente políticas y personales, ha decidido patear a los dueños de la canasta. Y lo hace porque sabe que el tema de la soberanía energética enciende, enoja, moviliza. Entiende que a él le conviene jugar la carta antiyanqui. Cree que la popularidad con su base electoral importa más que el mantenimiento de un acuerdo trilateral. Y por ello, desfilará -como lo advirtió- acompañado por el Ejército el 16 de septiembre, iracundo, con el puño en alto. Exhibirá a quienes defienden el T-MEC como «traidores a la Patria». Denunciará a quienes alertan sobre los riesgos de la confrontación como «defensores de empresas extranjeras». Pero ojalá que quienes se sumen a esa batalla suicida supieran que no están defendiendo la soberanía o el futuro de México. Acabarán apuntalando a un hombre que quiere regresarnos al laberinto de la soledad, y dejarnos empobrecidos y aislados ahí.