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Este domingo, los habitantes del sur de la ciudad pudieron disfrutar por breves momentos de un espectáculo que ya casi habían olvidado: la cruz del Cerro de la Cruz, iluminada contra el cielo nocturno. Valga la redundancia, pero la emoción fue genuina. Durante la mayor parte del año esa estructura permanece apagada, convertida en una silueta más del paisaje urbano, y solo en la temporada de frío —cuando la noche cae más temprano— el municipio asume la responsabilidad de encenderla como símbolo tradicional de los capitalinos. La expectativa era alta, sobre todo porque este año la oscuridad parece llegar con más peso que nunca.
Sin embargo, la alegría duró menos de una hora. Apenas se hizo notar su brillo, la cruz volvió a apagarse, dejando a miles de vecinos con el teléfono en la mano, fotografiando un cielo vacío. No faltan quienes, con resignación sureña, atribuyen el fallo a un “ligero desperfecto técnico”; otros, menos pacientes, ya hablan de la enésima muestra de desidia municipal. Sea cual sea la causa, lo cierto es que la cruz —ese emblema que generaciones enteras han mirado desde sus barrios para sentirse parte de algo más grande— sigue dependiendo de quien menos parece interesarle mantenerla viva. Y mientras llega (o no) la reparación, la ciudad contempla una vez más su propia sombra.
El auditor Héctor Acosta respondió con dureza a Javier Corral, quien lo acusa de proteger a César Duarte y al gobierno actual tras su ratificación unánime en el Congreso. Acosta recordó que fue su propia Auditoría la que presentó denuncia penal contra la última cuenta pública de Duarte, pero esa carpeta durmió un año en la Fiscalía de Corral sin que nadie moviera un dedo; incluso le pidieron borrar los sellos de recibido y volver a presentarla, petición que rechazó. Según el auditor, la furia del senador nace de haber perdido el control que antes ejercía sobre la ASE: desde obligar a su aliada Mónica Vargas a dejar de despachar en la Fiscalía hasta la remoción de esta, que Corral le reclamó por lo bajo.
Pero Acosta fue más allá y sacó los trapos al sol del quinquenio corralista: su equipo documentó corrupción grave en Hacienda, Comunicación Social, Salud, Deporte, Desarrollo Rural, Cecytech y hasta en el fideicomiso para niños víctimas del delito, muchos de ellos cometidos mientras Corral aún gobernaba. Niega proteger a la actual administración y remata citando al propio exgobernador: “Por mí hablan mis actos; por él, solo sus palabras”. En Chihuahua, la pelea por quién es más incorruptible termina pareciendo un espejo donde todos se ven igual de sucios.
En Chihuahua capital, este fin de semana se destapó el chamuco… y no precisamente el de las leyendas urbanas, sino ese que aparece cada vez que la autoridad decide hacer como que todo marcha “más tranquilo”. Ahí están los números que nadie puede maquillar: varios muertos en un solo fin de semana, cuatro asesinatos el domingo y dos cuerpos encontrados como si fueran parte del paisaje. Una estadística que ya compite con los reportes del clima: “Se esperan cielos parcialmente nublados y, como siempre, probabilidad alta de violencia”.
Y para colmo, el estallido ocurrió justo durante la jornada del Presupuesto Participativo, ese momento democrático en el que se supone que la ciudadanía decide en qué quiere invertir, mientras la ciudad misma parece invertida: la vida cotidiana patas arriba y los delincuentes operando con la tranquilidad que no tiene nadie más.
Porque sí, había operativo de Seguridad Municipal. Había patrullas. Había uniformes. Había discursos. Lo que no había —o no alcanzó— fue control. Los hechos del fin de semana dejaron claro que la violencia, como de costumbre, les llevó dos vueltas de ventaja a los gendarmes. Y claro, los criminales, tan “amables” como siempre, aprovecharon para demostrar que conocen mejor las rutinas policiales que los propios jefes de la corporación.
Uno pensaría que en noviembre, con el frío, los ánimos se apagan. Pero la violencia, muy suya, muy orgullosa, se negó a tomarse vacaciones. Y mientras la autoridad presume planes, operativos y “coordinaciones”, la realidad se ríe: el crimen organizado no sólo sabe cómo se mueve la policía, sino que además parece anticiparse a cada movimiento.
Mientras tanto, la ciudadanía vota proyectos, sueña con calles iluminadas, parques nuevos y colonias seguras, mientras afuera, la ciudad sigue recordándoles que ningún presupuesto participativo sirve si la violencia lleva la batuta.
Porque aquí, entre la retórica oficial y la impunidad cotidiana, la única constante es que el chamuco siempre encuentra cómo salir… y cómo dejarnos con las consecuencias.
