Noticias Chihuahua:
Noticias Chihuahua
Qué conmovedor espectáculo el de la clase política mexicana: un alcalde asesinado, una tragedia que debería unirnos en indignación, y sin embargo… se convierte en torneo de ping-pong electoral. La pelota va y viene entre Morena, el PAN, el PRI y los que todavía fingen existir. Si no fuera tan trágico, sería digno de un sketch de comedia negra.
Carlos Manso, alcalde de Uruapan, denunció amenazas. Nadie lo escuchó. Lo matan. Y entonces, como si hubieran estado esperando el cadáver, todos los partidos corren a acomodarse para la foto, con rostro adusto y tuits “solidarios” escritos por becarios. La derecha grita que el gobierno federal es indolente, la izquierda revive al fantasma de Felipe Calderón —ese espíritu que parece más productivo en la tumba política que muchos vivos en el poder—, y los ciudadanos, una vez más, nos quedamos viendo cómo el crimen organizado gobierna mejor que cualquiera de ellos.
Porque el verdadero problema no es solo el asesinato: es la rutina. La costumbre. Ese reflejo automático de convertir la sangre ajena en argumento partidista. Los políticos no buscan justicia, buscan narrativa. Unos culpan a “los de antes”, otros a “los de ahora”, y mientras tanto, los de siempre —los sicarios, los corruptos, los cómplices de traje y fuero— siguen operando con la eficacia que el Estado perdió hace tiempo.
Y así seguimos: con cada balazo, un hashtag; con cada asesinato, un comunicado; con cada muerto, una nueva oportunidad para que los partidos demuestren su “compromiso con la seguridad”… desde sus camionetas blindadas. La política mexicana ya ni siquiera disimula su cinismo: el crimen organizado es el único actor que no necesita campaña para ganar territorios.
¿Y nosotros? Viendo el show, como siempre, entre el hartazgo y la resignación. Tal vez el día que dejen de usar los féretros como tribunas, empiece la verdadera política. Pero no hay que tener tantas ilusiones: es más fácil resucitar a Calderón que revivir la decencia pública.
La celebración del Día de Muertos en la Plaza de Armas de Chihuahua dejó una estampa llena de color, tradición y orgullo mexicano. Las catrinas desfilaron entre altares adornados con flores de cempasúchil y veladoras, mientras las familias disfrutaban de música y actividades culturales. Sin embargo, detrás del brillo de la festividad quedó un contraste difícil de ignorar: las toneladas de basura acumuladas junto a la Catedral.
Botellas, platos de unicel, restos de comida y envoltorios plásticos cubrieron buena parte de la explanada, dejando ver que la celebración de la vida y la memoria también tuvo su dosis de descuido. Pese a los esfuerzos de algunos voluntarios y trabajadores municipales, el panorama posterior fue el de un espacio público convertido temporalmente en vertedero.
El Día de Muertos es una de las tradiciones más representativas de México, pero parece que la conciencia ambiental sigue siendo un pendiente en su celebración. Mientras los altares recordaban a quienes ya no están, la basura acumulada dejó claro que el respeto por los espacios vivos —como nuestras plazas y calles— aún no forma parte integral de la fiesta.
Quizás el próximo año, además de promover la cultura, sea momento de apostar también por una festividad más limpia y responsable. Porque honrar la vida implica, también, cuidar el entorno en el que la celebramos.







