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El próximo martes 14 de octubre, las oficinas del SAT en Chihuahua quedarán completamente paralizadas. Ni empleados ni contribuyentes cruzarán sus puertas debido a una huelga nacional del personal de confianza, harto del incumplimiento en el aumento salarial de 2025. Lo irónico es que mientras el gobierno presume estabilidad económica, su propio brazo recaudador se rebela. En Chihuahua, los trabajadores optaron por un paro total, cansados de esperar el ajuste que debió llegar desde enero, cuando el salario mínimo subió 12%. Pero el discurso de “austeridad” parece servir solo para justificar los congelamientos que golpean a los de abajo.

El malestar no se limita a los pesos y centavos. En todo el país, empleados del SAT denuncian oficinas deterioradas, sin equipo y con una carga laboral que crece al ritmo del discurso oficial. Lo que comenzó como inconformidad salarial se ha convertido en un síntoma de una administración que exige eficiencia sin pagarla. Y si el SAT se detiene, se detiene también parte de la recaudación que tanto presume la federación. Así que este martes no habrá ventanillas abiertas, pero sí un mensaje claro: ni la austeridad ni los discursos pueden tapar el descontento de quienes sostienen la maquinaria fiscal del país.

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Chihuahua celebró ayer 316 años de su fundación, pero parece que la historia es solo un accesorio para la agenda política. Mientras los ciudadanos esperaban un momento para recordar el pasado y aprender de él, alguien se quedó con las ganas: el cronista de la ciudad, Rubén Beltrán.
El señor Beltrán, armado con su carpeta y un mensaje cuidadosamente preparado, estaba listo para iluminar a los presentes con relatos históricos tan sabrosos como necesarios. Pero, sorpresa, la autoridad local tenía otros planes. Ni una palabra se le permitió. Ni un saludo al micrófono, ni un guiño al pasado. Al parecer, para algunos, la historia es menos importante que un desayuno atrasado o una cita de agenda que, por supuesto, tenía prioridad sobre 316 años de ciudad.
Lo más admirable (y triste) es que Beltrán, todo un caballero estoico, no se salió de quicio. Conversó en susurros con allegados y compartió un poco de historia en la intimidad, mientras los políticos seguían con sus ocupaciones, quizás planeando el próximo café o el selfie perfecto para las redes.
316 años de historia… y cero respeto. Si alguien pensaba que la celebración sería un momento para honrar el pasado, la realidad fue un recordatorio brutal: la historia en Chihuahua puede esperar, pero la política… nunca.

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