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En un hecho alarmante, se ha documentado que el gobierno mexicano otorgó más de 190 contratos públicos a una red de empresas vinculadas con Los Chapitos, facción del Cártel de Sinaloa. Esto a pesar de que ya estaban señaladas por autoridades de Estados Unidos.

Las empresas involucradas incluyen Sumilab, Favela Pro, Agrolaren y Qui Lab. Se les adjudicaron contratos con entidades como universidades y hospitales, instituciones que deberían velar por el bien público.

La empresa central, Sumilab, fue acusada por el Departamento del Tesoro de suministrar precursores químicos utilizados para producir fentanilo. Aun así, siguió recibiendo contratos gubernamentales.

Tras las sanciones, sus directivos habrían cedido temporalmente sus cargos a familiares o testaferros, pero luego regresaron al control de las compañías. Esto indica una estrategia para evadir las restricciones.

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Los recursos otorgados superan los tres millones de pesos, lo que demuestra que estas empresas no eran pequeñas operaciones ocultas, sino proveedores activos en el sistema público.

Este escenario vuelve urgente replantear los mecanismos de transparencia y contraloría sobre cómo se asignan los recursos estatales. Cuando haya corrupción en esos procesos, el Estado se debilita.

Organizaciones de la sociedad civil ya han exigido auditorías y sanciones. Si no se actúa con firmeza, la impunidad será una señal clara de que hay tolerancia oficial.

Este caso afecta la confianza de la población en las instituciones públicas. Muchas personas se sienten desprotegidas ante maniobras que parecen beneficiar al crimen organizado.

Se abre ahora una serie de investigaciones federales y estatales para rastrear cómo se otorgaron esos contratos y quiénes se beneficiaron en cada nivel.

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Por AL PE

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