Censurada por el violento franquismo –como lo fue toda la maciza producción musical de Joan Manuel Serrat, inspirada en los versos de Machado, de Hernández y de los grandes poetas españoles de La República–, La Fiesta, de su autoría, es una canción premonitoria que habla de los estertores de las épocas caducas y anuncia la aparición ineludible de tiempos nuevos, posiblemente impregnados de saldos negativos o de grandes esperanzas:
“.. Y con la resaca a cuestas / Vuelve el pobre a su pobreza / Vuelve el rico a su riqueza / Y el señor cura a sus misas.
“Se despertó el bien y el mal / La zorra pobre al portal / La zorra rica al rosal / Y el avaro a las divisas
“Se acabó / El Sol nos dice que llegó el final…”
La violenta bota militar del dictador gallego Francisco Franco persiguió todas las expresiones que hablaban de otro panorama, diferente al sello que durante 39 años impuso, dividiendo tajantemente a la sociedad española.
Cualquier paralelismo con Andrés Manuel López Obrador, por supuesto, no es mera coincidencia. El tabasqueño polarizó a la siempre dividida sociedad mexicana. Y ya impuso la bota militar.
Pero, cierto, la fiesta acaba, así esté por largos años sostenida por las frases huecas llenas de mentiras de todas las matinés estelarizadas por AMLO. En todas latitudes del despotismo los extremos se tocan, pero en México se unen para tañer la campana que convoca al linchamiento.
Dice él que sí, que ya se le acabó la fiesta. Pero es sólo un decir. Ha hecho todo lo que está a su alcance, y hasta lo que no lo está, para seguir ejerciendo el poder desde “La Chingada”.
Lo peor es que hasta Claudia Sheinbaum se “emociona hasta las lágrimas” para escribir un post en el que dice que AMLO “se va, pero no se va” en un rasgo de ¿originalidad? que evoca al Papa Juan Pablo II cuando se despidió de su feligresía mexicana.
La realidad es que la fiesta sigue imparable. Que no serán seis sino doce los años que a la llamada Cuarta Transformación le sirvan para ahondar la descomposición estructural del país, la decadencia servil, el entreguismo inaudito, la rapiña sin freno de una casta de inexpertos e improvisados que cree haber llegado para quedarse por los siglos de los siglos en el poder.
La Cuarta Transformación, a la que la señora Sheinbaum intentará levantarle el segundo piso diseñado por el arquitecto López Obrador –ojalá no se le venga abajo– ha orillado al país hacia la región desesperada, donde no se encuentra un remedio posible. Han capitalizado el encono y la descalificación. Han partido la sociedad en dos: los 36 millones que aprueban la gestión de AMLO, seguramente por los favores recibidos, y los más de 64 millones –suma del padrón electoral– que la reprueba, incluidos hasta los niños encuestados. De vergüenza suprema.
Dueños del poder, insatisfechos
La 4T es desde ya, pasto para las fieras. Se lo ha ganado a pulso. En los Estados Unidos, y no me refiero a Biden ni a Trump ni a Harris, sino a los intereses gravemente dañados por la falta de palabra y de operación gubernamental en contra de la delincuencia –amén de los riesgos que tendrán que atravesar los capitalistas con intereses en México por la ausencia de seguridad jurídica– se enseñan las garras para despedazar judicialmente a los cuatroteros que han roto todos los récords de codicia y ambición, así como de entreguismo desconfiable.
Los verdaderos dueños del poder, el económico, exigen una amplia cuota de satisfacción, así como los pobladores de aquí, que nos preguntamos si alcanzará el país para pagar todas las carísimas facturas de campaña, extendidas desde la molicie y el desenfreno sin nombre de esta fiesta de retrasados mentales, revestidos de mentecatos mandatarios.
Deben reconocer su derrota moral desde ahora en las urnas electorales las fuerzas de la derecha y de la rapiña ignorante que han provocado la irritación del país, generando un pesado ambiente de crispación, incertidumbre y revancha. No hay de otra. Lo contrario llevaría a la lucha fratricida, que jamás será consentida por los dueños del país.
Porque con base en los datos duros, el supuesto triunfo electoral de Morena sólo pudo ser sostenido por el desasosiego imperante en los organismos y tribunales electorales, que han actuado en las penumbras de la traición, soportando los entrambuliques de quienes entregan sin recato el patrimonio nacional a sus verdugos. La insensatez y la ignorancia totales.
Y, sin embargo, le aplauden
Hace noventa años Bertold Brecht definió al “analfabeto político” como el peor… el que “no oye, no habla, no participa de los acontecimientos políticos. No sabe que el costo de la vida, el precio de los frijoles, del pescado, de la harina, del alquiler, del calzado y de las medicinas… depende de las decisiones políticas…
…el analfabeto político, decía, es tan animal que se enorgullece e hincha el pecho al decir que odia la política. El imbécil no sabe que de su ignorancia proviene la prostitución, el menor abandonado, el asaltador y el peor de los bandidos: el político aprovechador, embaucador y corrompido, lacayo de las empresas nacionales y multinacionales”. Hasta ahí el filósofo alemán.
En efecto, cuando la ignorancia hace presa de un dirigente o de una pandilla de descastados, la premonición de Brecht cobra visos de teoría general. La frase envuelve como torbellino una manera de ser, de vivir y de someter al capricho de la ignorancia, por la vía de la corrupción, a cualquier sociedad, aunque ésta no haya hecho nada para merecerlo.
Por eso las manadas morenistas, empezando por quien la semana próxima ya será Presidente de la República, le aplauden, le obedecen a ciegas y a coro repiten que “es un honor estar con Obrador”.
Ni qué decir de los menesterosos que reciben pensiones electoreras del llamado Bienestar. Vitorean hasta las grandes mentiras de que México ya tiene un sistema de salud “mejor que el de Dinamarca”, cuando son los primeros que corren a los consultorios de las farmacias en busca de diagnóstico y medicamentos para salir de la enfermedad.
AMLO es, sin duda, un “analfabeto político” seguido por millones de sus congéneres también “analfabetos”.
¡Que siga la fiesta!
Indicios
Ahora sí, el último fin de semana –en Sinaloa, para no variar– ¡y nos vamos! Sólo le quedan este viernes, mañana sábado, el domingo y el lunes para dejar Palacio Nacional e irse, como la mayoría reclama, a “La Chingada”.