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Un grito silencioso atraviesa los siglos: desde las aulas de Atenas donde Aristóteles advertía que el hombre sin propósito cae en la apatheia, la indiferencia que mata el alma, hasta los titulares de Florida donde un tipo desnudo pelea contra un cocodrilo en un Walmart a las 3 de la mañana porque “necesitaba sentir algo”, el vacío existencial muta, pero nunca desaparece; solo se viste de metanfetamina y tatuajes de Bob Esponja.
En el siglo IV a.C., el Estagirita ya lo tenía claro: la eudaimonía, la vida buena, solo se alcanza mediante la actividad virtuosa conforme a la razón. Sin proyecto, sin telos, el ser humano se convierte en un animal enfermo. Dos mil quinientos años después, el Florida Man confirma la tesis con metralleta: el vacío no te mata de melancolía; te hace estrellar tu pickup contra un poste porque “el GPS me habló con voz de mi ex”.
Mientras Kierkegaard se retuerce en su tumba danesa viendo cómo el angustioso salto de fe se reduce a saltar en paracaídas borracho sobre un pantano lleno de caimanes, Camus probablemente se reiría: el absurdo ya no es empujar la roca eternamente; es empujar el carrito del supermercado mientras intentas robar un lagarto vivo metido en los pantalones porque “era mi alma gemela”.
El nihilismo de Nietzsche se vuelve literal en los titulares: “Hombre de Florida intenta matar ‘demonios’ disparando al aire dentro de un Taco Bell”. El superhombre no llegó; llegó un tipo en chanclas que cree que el apocalipsis empieza si no le ponen suficiente salsa picante. El eterno retorno ya no es una amenaza filosófica: es despertarse otra vez en la cárcel del condado de Broward sin recordar si te detuvieron por bailar desnudo en la fuente o por casarte con un manatí.
Y en medio del caos, el vacío existencial alcanza su forma más pura: ya no es la angustia refinada de Sartre en un café parisino, es un hombre de 38 años llorando en calzoncillos en un estacionamiento de 7-Eleven porque su iguana mascota lo abandonó. El ser-para-la-muerte se convierte en ser-para-la-mordida-de-cocodrilo. El infierno ya no son los otros: es despertar y descubrir que eres viral por haber intentado adoptar un caimán como hijo emocional.
Aristóteles tenía razón: sin propósito, el alma se pudre. Solo que nunca imaginó que la podredumbre olería a cerveza barata, protector solar y desesperación absoluta en el estado del sol.







