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El 7 de mayo de 2025, los ojos del mundo se posaron sobre la Capilla Sixtina, donde 133 cardenales electores iniciaron el cónclave para elegir al sucesor de Francisco, el Papa 266, fallecido el 21 de abril a los 88 años. Este cónclave, el más diverso en la historia de la Iglesia Católica, refleja la visión global de Francisco, quien nombró a más del 80% de los electores, provenientes de 71 países, incluyendo 15 naciones representadas por primera vez, como Haití, Myanmar y Timor Leste. La fumata negra del primer día señaló la ausencia de consenso inicial, pero la expectación crece ante la posibilidad de un papa no europeo —quizá asiático o africano— o un continuador de la línea pastoral de Francisco, marcada por la inclusión y la justicia social. Nombres como el filipino Luis Antonio Tagle, el italiano Pietro Parolin y el ghanés Peter Turkson resuenan, aunque la imprevisibilidad del proceso mantiene en vilo a los 1,400 millones de católicos.
La elección del nuevo pontífice no solo definirá el rumbo espiritual de la Iglesia, sino también su postura frente a desafíos globales como la crisis de abusos sexuales, las tensiones geopolíticas y el diálogo interreligioso. Mientras los cardenales, aislados del mundo exterior, votan bajo los frescos de Miguel Ángel, la Plaza de San Pedro se llena de peregrinos y periodistas aguardando la fumata blanca que anunciará al Papa 267. Este cónclave, que comenzó tras nueve días de luto y 12 congregaciones generales, no solo es un ejercicio de fe, sino un reflejo de las dinámicas políticas internas de una institución milenaria. La historia nos enseña que las sorpresas son posibles —Francisco mismo fue un candidato inesperado en 2013—, y hoy, la Iglesia enfrenta un momento crucial para equilibrar tradición y renovación.
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