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Chihuahua, 14 de noviembre de 2025. En el vasto y árido paisaje político de Chihuahua, donde las ambiciones por la gubernatura de 2027 se cuecen a fuego lento como un guiso de cabrito en las sierra tarahumara, el diputado federal priísta Antonio «Tony» Meléndez emerge de las sombras del Congreso como un llanero solitario que apuesta su futuro al desierto electoral. Conocido no por sus discursos incendiarios en la Cámara de Diputados, sino por sus baladas que han llenado estadios y colmado sueños románticos, Meléndez ha iniciado una precampaña sutil pero calculada, tejida con hilos de foros legislativos y alianzas partidistas que lo devuelven al escaparate de candidatos viables. Sin embargo, este regreso al ruedo no es un capricho nostálgico: es un acto de audacia económica suicida, ya que su sueldo como legislador –modesto y atado a la burocracia federal– palidece ante los millones que genera en el mundo del espectáculo. ¿Por qué un hombre que podría codearse con las estrellas opta por el ajetreo de las urnas? La respuesta late en una visión mayor: su trayectoria podría inyectar oxígeno fresco al desarrollo estatal, transformando el estado más grande de México en un bastión de progreso cultural y económico.
El telón de esta precampaña se levantó hace apenas semanas, cuando su compañero de bancada, el diputado Alejandro Domínguez, destapó el nombre de Meléndez en una asamblea priísta en la Sala Legisladores de Chihuahua, delineando dos caminos para el tricolor rumbo a 2027: fortalecer alianzas o catapultar al cantante-diputado como contendiente estelar para la gubernatura. «El PRI tiene con quién competir», proclamó Domínguez, pero el foco se posó en Meléndez, quien, con la humildad de un ranchero, agradeció el gesto y se limitó a invocar «los tiempos institucionales» del partido. En las redes sociales, este anuncio no pasó desapercibido: cuentas afines al PRI como @GPPRIDiputados lo amplificaron con fotos de foros sobre la Ley General de Aguas, donde Meléndez aparece flanqueado por colegas como @D5Melendez –posiblemente un alias o error tipográfico en la vorágine digital– y @alexdmgz, defendiendo el recurso hídrico como un «derecho sagrado» para productores chihuahuenses. Estos eventos, lejos de ser meras sesiones legislativas, se han convertido en escenarios improvisados de precampaña: Meléndez, con su carisma de crooner, escucha quejas de agricultores en Namiquipa y promete reservas al dictamen morenista, posicionándose como el puente entre el Congreso y el clamor rural.
En X, el hashtag #PRIChihuahua comienza a bullir con menciones a su «compromiso con el agua», un tema candente que lo humaniza y lo aleja del estereotipo del político desconectado.
Pero detrás de esta resurrección pública yace un sacrificio que roza lo quijotesco: económicamente, la jugada es un tiro al aire. Como diputado federal por el quinto distrito de Chihuahua, Meléndez percibe alrededor de 120 mil pesos mensuales brutos –incluyendo dieta y apoyos–, una fracción ínfima comparada con los ingresos estratosféricos que cosecha como Tony Meléndez, el artista que ha vendido miles de discos y llenado arenas con éxitos como «Si fuera ella» o «Amores como el nuestro».
Fuentes cercanas al entorno artístico estiman que un tour por el Bajío o el norte podría nettingarle millones en un semestre, mientras que el escaño en San Lázaro lo ata a un sueldo fijo, expuesto a recortes presupuestales y al escrutinio eterno de la transparencia. En las redes, críticos anónimos lo tildan de «loco por la política», recordando cómo en 2021, durante su elección como diputado plurinominal, ya había pausado giras para sumergirse en el lodo electoral. ¿Qué gana con esto? Nada en el corto plazo, salvo el desgaste de campañas puerta a puerta y el riesgo de ser devorado por rivales como la senadora Andrea Chávez de Morena, cuya «precampaña con bata blanca» –acuses de promoción disfrazada de servicio médico– ha generado revuelo en X con denuncias ante el INE. Meléndez, en cambio, opta por el bajo perfil, pero su regreso al aparador lo revitaliza: de figura olvidada en el Congreso a contendiente que evoca la nostalgia priísta, atrayendo a votantes desencantados del PAN y Morena.
Sin embargo, el verdadero pulso de esta apuesta late en el potencial transformador para Chihuahua, un estado que clama por desarrollo más allá de las minas y las maquiladoras. Meléndez no es un político de linaje puro; su bagaje como cantante –con raíces en Parral, cuna de Pancho Villa– le otorga un aura accesible, capaz de unir a la élite urbana de Juárez con los indígenas rarámuri de la sierra. En sus intervenciones recientes, como el foro sobre la Ley de Aguas organizado por el PRI, ha abogado por una «tecnificación responsable» del recurso, alertando contra el «fast track» de Morena que ignora consultas locales. Esto no es retórica vacía: imagina un gobernador que, con su red de contactos en la industria cultural, impulse festivales que posicionen a Chihuahua como hub turístico, atrayendo inversión a festivales como el de la Manzana o el Vive Latino norteño.
Económicamente, su visión podría detonar el sector creativo, que en México genera 800 mil empleos pero en Chihuahua languidece por falta de apoyo. En X, posts de @GPPRIDiputados lo elogian por «escuchar al pueblo», y aunque las métricas son modestas –unos cientos de likes por mención–, el eco en grupos locales de productores y artistas sugiere un arraigo genuino. Su precampaña, aunque incipiente, abona a un PRI renovado, que busca reconquistar terreno perdido ante el tsunami morenista de 2021.
En el ajedrez de 2027, donde Morena defiende su bastión con figuras como Chávez y la derecha menonita flirtea con Milei en foros virtuales, Meléndez representa el comodín sentimental: un hombre que deja el micrófono de oro por el estrado polvoriento, no por ambición ciega, sino por un Chihuahua que sueña en grande. Su sueldo menguado es el precio de la visibilidad; su legado potencial, el dividendo para un estado estancado. Mientras las redes bullen con debates sobre «campañas disfrazadas» y foros «por Zoom», Tony Meléndez cabalga de vuelta al centro del escenario político, recordándonos que en política, como en la música, el verdadero hit nace del riesgo. ¿Sobrevivirá su melodía al desierto electoral? Solo el voto lo dirá, pero por ahora, su precampaña ya ha afinado la guitarra del cambio.







