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Dictaduras como la que ha construido Andrés Manuel López Obrador tienen suerte: siempre encuentran a los que venden su conciencia por un plato de lentejas. O a los que cambian camino por vereda. Así es como se han venido aprobando reformas impensables e inconstitucionales en la mismísima Carta Magna.

Muy parecido, y a veces dictando línea a las dictaduras asiáticas o africanas del Tercer o del Quinto Mundo, la llamada Cuarta Transformación está muy mal acostumbrada: siempre ha decidido, sentenciado y ejecutado. Jamás dialoga o negocia en beneficio de los más desprotegidos. Digan lo que digan, la verdad es que siempre legisla para el beneficio de sus políticos, y rara vez lo hace en favor de la población.

Tales reformas en curso son para afianzar la autocracia. Para que no haya contrapesos ni estorbos a la sacrosanta voluntad de AMLO, dictada a su sucesora Claudia Sheinbaum, ciegamente acatada por ella.

¡Vaya que López Obrador tiene suerte!

Su dictadura y permanencia tras bastidores están aseguradas. Tabique tras tabique legislativo ha edificado un muro constitucional para ejercer el poder más allá de su sexenio.

Y es que hasta los presidentes del príato en retirada parían al candidato elegido por su dedo y se refugiaban en el ostracismo.

Adolfo López Mateos, sufriendo en la enfermedad terminal las ofensas del de Chalchicomula; Gustavo Díaz Ordaz, apechugando las bravatas del ungido, que reclamaba las glorias de la masacre de Tlatelolco, pidiendo minutos de silencio a los estudiantes caídos durante su campaña michoacana.

El mismo Luis Echeverría sufriendo el destierro en las islas Fiyi, por querer reclamar su paternidad en el destape de José López Portillo ‎y participar adelantadamente en el reparto del pastel. Y JLP destapando y refugiándose en las melancolías del océano después de alumbrar al colimense.

Miguel De la Madrid, sufriendo todas las vejaciones de que fue objeto por los malagradecidos tecnócratas salinistas ungidos por su dedo. Aguantando los reclamos de viejos militares ofendidos por el descarriado pelón de la colonia Narvarte, en sus atrevimientos de gladiador contra la vieja guardia que lo había parido.

Hasta el felón Carlos Salinas de Gortari escondiendo la mano en el destape del Ernesto Zedillo, tapándose con la cobija de supuestos augures citados en Los Pinos para decantarse con los sectores del partido en la unción del cómplice en Lomas Taurinas. Todo un show macabro y deleznable… pero dentro de las formas.

Y Zedillo reclamando la sana distancia de su partido para acabar obedeciendo la orden de la transición llegada del gabacho, de la dinastía Clinton de Yale, para empoderar a salvajes más cómodos y sencillitos al Imperio. En esa universidad de New Haven se refugió.

Vicente Fox no quería como sucesor a Felipe Calderón. Sin embargo, hizo hasta lo fraudulento para que el PAN no dejara Los Pinos –luego de que había sacado a patadas al PRI– y no opuso ninguna traba al inicio de la militarización de la seguridad pública del michoacano.

Pero Calderón rindió la plaza. Y dio paso a la candidatura made in Televisa de Enrique Peña Nieto y su banda de rateros. Ya no había casi nada más que echarse a los bolsillos y el ahora residente en Madrid abandonó su responsabilidad cinco meses antes de que terminara su mandato dando paso franco a López Obrador para que empezara a ejercer el poder apenas al día siguiente de su aplastante triunfo electoral.

AMLO, por su parte, repito, lo seguirá ejerciendo más allá del término que la Carta Magna fija para el fin de su estadía en el poder.

¡Tiene suerte el condenado!

 

¡Obstinado, terco, necio!

El muy mencionado general Sun Tzu, autor de El arte de la guerra, obra muy influyente de la estrategia militar que ha afectado a la filosofía occidental y oriental, dijo: “el general que avanza sin codiciar la fama y se retira sin temer la desgracia, cuyo solo pensamiento es proteger a su país y dar un buen servicio a sus soberanos, es la joya del reino”. No es el caso de AMLO, quien diga lo que diga no va al retiro.

Pero ¿para qué quiere seguir ejerciendo el poder si, como le dijeron a Francisco Labastida en su momento, como gobernante, como estadista, “es un perfecto fracasado”.

Al término de su periodo constitucional, los mexicanos ya nos percatamos de que ni el carisma ni la retórica del alharaquiento AMLO en sus matinés político-embusteras-injuriosas-musicales produjeron bienestar.

Todo lo contrario. Aún tenemos un régimen autoritario o una simulación: un autoritarismo con fachada electoral. Una creciente concentración del poder político y económico en manos de las Fuerzas Armadas y de uno que otro morenista incondicional a López Obrador.

Tenemos, también, el desmantelamiento gradual de los pesos y contrapesos propios de una democracia. Poder Judicial, órganos constitucionales autónomos, empresarios, periodistas profesionales –no los inventados al estilo Disney por el vocero Jesús Ramírez–… embajadores de Canadá y Estados Unidos, monarcas españoles y hasta en contra de la alta clerecía católica.

Para todos ha tenido. Un día sí y otro también, los insulta, los demoniza protegido por el águila que porta en la banda presidencial y, claro, por el Ejército Nacional, la Marina Armada y, me atrevería a decir, que hasta por las milicias bien equipadas y entrenadas de la delincuencia organizada.

Todo ello le dio fuerza a López Obrador para presentarse todos los días como un político obstinado que llega incluso al nivel máximo de la terquedad. Terco, en tres ocasiones buscó ser Presidente de la República. Terco, pretende que todos demos por buenos los “otros datos” que sólo él sabe de dónde saca o cómo se los inventa.

Bien decía François de la Rochefoucauld que “la pobreza espiritual produce la obstinación”. Que los necios y tercos no creen en lo que está más allá de lo que sus ojos alcanzan a ver.

De miras cortas, que muchas veces sólo lo enfocan en el pasado –igual para decir ya “ya no es como antes” o que, nuestro atraso obedece a que no hemos preservado nuestras raíces indígenas destrozadas por los conquistadores españoles–, López Obrador sólo ha conseguido el retroceso del país en rubros que no son a los ciudadanos de vital importancia.

Obstinado, terco, necio… ha conseguido, eso sí, que su dictadura y permanencia tras bastidores están aseguradas.

Tabique tras tabique legislativo ha edificado un muro constitucional para ejercer el poder más allá de su sexenio.

Y a todo esto ¿qué pensará y que hará Claudia Sheinbaum?

Rendir la plaza ¿cómo lo hizo Calderón?

Por AL PE

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