Algo extraño sucedió este lunes en Chihuahua y no pasó desapercibido: mientras el gobierno presume con orgullo sus “nuevas patrullas” y la supuesta modernización del parque vehicular policiaco, por la avenida Pacheco circulaba una de esas viejas camionetas que de nuevas no tienen absolutamente nada. Lo más curioso es que la unidad estaba en funciones, tripulada por un uniformado que, lejos de proyectar la imagen de una corporación moderna, recordaba los tiempos en que las patrullas apenas podían mantenerse encendidas.
Resulta lamentable que se siga engañando a la ciudadanía con discursos y videos bien editados sobre una renovación que, a la vista de todos, no existe. Es evidente que el show mediático se antepone a la realidad, y mientras las autoridades se felicitan por sus “logros”, las patrullas oxidadas siguen recorriendo las calles como testigos de un doble discurso. Porque, al final, las fotografías no mienten, aunque las declaraciones oficiales insistan en hacerlo, por cierto también por la 20 de noviembre se observó una camioneta ranger con otro uniformado.
En el fascinante mundo de la política local —ese gran circo donde los trapecistas no vuelan pero sí cambian de camiseta— nos topamos con un dueto que promete risas, lágrimas y cero votos: Marco Quezada y Miguel LaTorre, estrellas autoproclamadas del podcast “Los Chapulines”. Un título que, si bien pretende ser irónico, termina siendo un retrato más honesto que su historial político.
Ambos, con más pasado que futuro, han decidido que la mejor manera de regresar al escenario electoral es haciendo chistes sobre su propio chapulineo. Porque claro, ¿qué puede salir mal cuando dos políticos reciclados se ríen de haber cambiado de partido como quien cambia de calcetines en tiempo de lluvia? Spoiler: todo.
En Morena, donde ya les cuesta trabajo entender cómo fue que se les colaron expriistas, expanistas y exparecidos, ahora están que se jalan los pelos. Y no es por falta de sentido del humor, sino por sentido común. Porque una cosa es abrirle la puerta al cambio, y otra muy distinta es ponerle micrófono y set de luces a los desertores de otros partidos para que se disfracen de “nueva opción”.
Los militantes morenistas de hueso colorado —de esos que todavía creen que ser de izquierda es más que usar guayabera— están exigiendo lo impensable: candidatos que realmente sean de Morena, no coleccionistas de credenciales partidistas.
Pero si usted pensó que el problema era solo ideológico, prepárese para el verdadero drama: los muchachos no quieren gastar un peso. Ni en campaña, ni en imagen, ni en nada. Lo suyo es más bien una especie de minimalismo político extremo: competir sin invertir, convencer sin propuestas y ganar… sin votos.
Y así, mientras Marco intenta olvidar sus derrotas anteriores y Miguel busca que alguien le ría los chistes del podcast, el resto de los aspirantes verdaderos se pregunta: ¿quién les dijo que con una grabadora y sarcasmo se gana una elección?
Morena, por ahora, parece no estar para experimentos de nostalgia política ni para resucitar candidaturas fallidas. Así que si lo suyo es hacer comedia, muchachos, háganlo. Pero lejos de la boleta electoral.
Al menos así, el ridículo será voluntario… y no sufragado.