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¡Ah, qué joyita nos regaló la senadora de Morena, Andrea Chávez! Resulta que la sonriente, fotogénica y siempre bien iluminada para la cámara, perdió la compostura —y el filtro— en los últimos días. Todo porque, dicen los cercanos, alguien tuvo la osadía de sugerirle que tal vez sería mejor competir por la alcaldía de Juárez, esa que parece más alcanzable que la soñada Gubernatura.
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Y ahí fue donde la “dama de las causas sociales” mostró su lado más humano… o más bien, su “lado barrio”. A una colaboradora que se atrevió a mencionar la idea, le lanzó con toda la finura parlamentaria del mundo un: “¿Qué, estás pendeja?”. ¡Vaya boquita de tribuna! Ni en los debates del Senado se escuchan expresiones tan “elocuentes”.
Lo cierto es que en Morena el panorama está más turbio que café sin colar. Mientras la senadora anda de gira tomándose selfies y hablando del bienestar nacional, el que realmente está presente en Juárez, en Chihuahua y hasta en las taquizas de los domingos, es el alcalde Cruz Pérez Cuéllar. Ese sí parece que se está ganando a la gente con presencia, no con Photoshop.
Chávez, en cambio, se queja de que ha gastado mucho de su bolsillo, y que su rival “usa el erario para promocionarse”. Claro, porque la dieta de senadora y los viáticos del Senado deben ser una limosna, ¿verdad? Pobrecita, casi anda vendiendo tamales para costear sus giras.
Pero lo que la puso realmente de malas fue la reciente visita del alcalde de Juárez a la capital, donde hasta los más escépticos reconocieron su buena recepción. Mientras tanto, a Andrea, en Chihuahua, solo la buscan para saludarla, tomarse la foto y, con suerte, regalarle un abrazo —en especial los caballeros, que de política sabrán poco, pero de sonrisas y selfies, lo suficiente.
Así que sí, la senadora puede seguir en su gira del berrinche, convencida de que merece más. Pero en política, como en los filtros de Instagram, tarde o temprano la realidad se nota… y no hay “retoque” que la salve.
¡Ah, pero qué moderno y parejo anda el Municipio de Chihuahua! Ya no se puede decir que el acoso laboral sea cosa de hombres, porque —para sorpresa de muchos y confirmación de otros tantos— parece que también hay “damas del látigo” en la nómina municipal.
En Desarrollo Urbano y Ecología, la siempre ponderada (por no decir temida) Adriana Díaz ha perfeccionado el arte del grito administrativo y el azote verbal. Dicen los empleados que su oficina ya debería tener letrero de advertencia: “Entre bajo su propio riesgo”. Nadie se atreve a decir nada, no por falta de lengua, sino por miedo a perderla… junto con el empleo.
Y es que la directora, según los murmullos de los pasillos, no solo se siente intocable, se sabe intocable. Aseguran que presume un respaldo tan alto que ni el mismísimo alcalde, Marco Bonilla, alcanza a ver quién la sostiene allá arriba. Así que haga lo que haga, diga lo que diga, ella sigue firme en su trono de cemento y expedientes.
Lo más curioso —y vaya que lo es— es que mientras el Municipio gasta toneladas de saliva y presupuesto en campañas de equidad de género, cursos con “perspectiva” y talleres de sensibilización, parece que nadie se ha detenido a recordar que el acoso también puede venir en tacones. Pero claro, eso no luce bien en los carteles de inclusión.
Dicen que a más de un colaborador ya le tocó recibir no solo regaños, sino otras cositas que, digamos, no venían en el manual de procedimientos. Y aún así, todos calladitos, porque el miedo no anda en burro… anda en camioneta oficial.
Así que sí, el Municipio debería revisar eso de la “equidad” con lupa, no vaya a ser que terminen descubriendo que la igualdad también aplica cuando quien aprieta el botón del poder no usa corbata, sino perfume caro y un carácter de hierro.
Vaya ironía la que se vive en Chihuahua: mientras miles de ciudadanos se quejan sin recibir respuesta, la Comisión Estatal de Derechos Humanos pone los reflectores sobre el caso del exgobernador César Duarte, recomendando a la Fiscalía General del Estado (FGE) y a la Secretaría de Seguridad Pública (SSPE) evitar una supuesta doble vigilancia sobre él. Alejandro Carrasco Talavera, presidente en funciones del organismo, aseguró que no hay relación con el proceso legal del exmandatario, aunque reconoció que el tema representa un gasto innecesario de recursos públicos. Dice que la CEDH solo cumple con su deber, que cualquier ciudadano —incluso Duarte— tiene derecho a que se le escuchen sus reclamos. Y sí, técnicamente tiene razón… aunque el gesto suene más a exceso de formalidad que a sentido común.
Por su parte, tanto la FGE como Seguridad Pública salieron al paso para negar que exista vigilancia alguna sobre el exgobernador. Gilberto Loya, titular de la SSPE, aseguró que no hay personal asignado al caso, mientras la Fiscalía aclaró en un oficio que no hay evidencia de violación a los derechos humanos de Duarte. Incluso recordaron que, tras modificarse su medida cautelar, ya no les corresponde supervisarlo, sino al Instituto de Servicios Previos al Juicio. En resumen: todos se lavan las manos, todos niegan la vigilancia, y mientras tanto la CEDH gasta tinta, tiempo y recursos en un caso que parece más un trámite político que una verdadera defensa de los derechos humanos.
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