Uno de los fundadores del mutualismo, Pierre- Joseph Proudhon, dijo hace dos siglos: “toda preeminencia social, concedida o, mejor dicho, usurpada bajo pretexto de superioridad de talento y de servicio, es iniquidad y bellaquería”… mienten como un bellaco quienes asesinan por la espalda y rematan a las madres en presencia de las criaturas.
En efecto, ningún principio moral puede asistir a quienes medran, masacran o avasallan desde el poder. La bellaquería y la insolencia se han instalado en los sistemas políticos corruptos que rinden tributo a los descastados. No tienen un solo argumento para las desgracias.
En el mundo actual, donde tres cuartas partes de la población viven en la pobreza, mientras el resto detenta el poder y la riqueza, el problema entre política y moral adquiere una resonancia preocupante, no sólo por la corrupción política dominante, sino también por las exigencias de la política cuando ésta se pretende vincular a un proyecto de emancipación.
La batalla sigue siendo lograr que las normas recobren la jerarquía perdida; que si durante largos períodos se han convertido en mediatizadoras sociales, en protectoras del inmovilismo, reasuman su investidura de puntas de lanza de las aspiraciones comunitarias.
Que transiten de simples reguladoras de la realidad estática a cimientos de nuevas formas de convivencia. La dinámica de la ley debe marcar rumbos progresistas. No quedarse como el viejo búho de Minerva, en aquella alegoría de Hegel, que proyectaba su vuelo sobre realidades establecidas.
La bellaquería ramplona que tanto asistió los crímenes de los indeseables debe ser desterrada de un país como México, donde más de cien millones de habitantes luchan a diario por la sobrevivencia, mientras el uno por ciento de los privilegiados se solazan en las enormes riquezas del patrimonio colectivo.
Se busca que la añeja relación entre política y moral, cuestionada desde la polis griega, trascienda a la arena civil, admitiendo el juicio cualitativo sobre ambas para que no exista moral sin política y el fin no justifique los medios.
La consigna fascista “sálvense los principios, aunque se hunda el mundo” es el caldo de cultivo del sectarismo y del fanatismo político, así como la política sin moral ha degenerado en la dictadura de unos cuantos, secuestró a los emblemas de la democracia y los enterró bajo dogmas de supremacía infame.
Se trata de encontrar una moral política o una política moral que no se encierre en sí misma, que no se amuralle en el santuario de la conciencia individual, que asista a la plaza pública, socialice sus valores y se haga presente en la acción colectiva.
Sin caer en una práctica que, en nombre de la eficiencia, destruya los límites morales; que ofrezca una alternativa válida al injusto capitalismo de libre mercado y a las engañifas globalizantes de nuestro entorno. Todas son pamplinas, revoltillos de la realidad.