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La polémica por el contenido de los libros de texto gratuitos, creados por el gobierno de la república en 1961, ha dado lugar a una reflexión trascendente, sobre el valor de los libros en la vida de cada ser humano. El valor de la ilustración como herramienta para el bien vivir, para cultivar el espíritu, para convertirnos en buenas ciudadanas y ciudadanos, para despertar la conciencia crítica.

No es una cosa menor el debate, enardecido por la polarización en la que vivimos, propiciada por el estilo autoritario y populista de la actual administración.

Para la antropóloga Marcela Lagarde y de los Ríos, uno de los asuntos sustantivos para las feministas es precisamente la ilustración. No se puede ser feminista sin saber, sin estudiar, sin tener un libro a la mano.

En estos días, para un grupo de nosotras, no hay nada más peligroso que la polémica alrededor de los libros de texto tenga un elemento surgido de las catacumbas, de extrema derecha, que no ha cejado en el intento de desbarrancar el conocimiento y la ilustración, fundado en un dogma religioso.

La frontera es muy delgada, entre la crítica a errores, deformaciones de contenido que aparecen en algunos textos hallados por la maestra Guadalupe López García, sobre la versión en la introducción del libro de 4° grado Proyectos Comunitarios, en que se sustituye, una y otra vez, la palabra “sexo” por género, se agrega a todas y todos el todes, y en otros casos, se usa el todxs.

En fin, la ideología del movimiento queer, que dice la maestra Olga Haideé Flores Velázquez, tiene una agenda totalmente contraria a la agenda de derechos de las mujeres. Otra cosa es aprovechar el momento para sacar a flote su tradicional y trasnochado anticomunismo.

A esta polémica de los libros que acompañan a la propuesta de la nueva escuela mexicana, acentuada por el grupo gobernante, no justifica una respuesta altisonante y peligrosa de ultraderecha, cuya narrativa histórica contra los libros de texto, hoy está tendiendo una cortina de humo, ideológica, opuesta al progreso de las ideas, libres, amplias y fundadas.

Nos tendríamos que poner a pensar, como dice Janett Góngora, qué es el pensamiento ilustrado, la función de la escuela, formadora para el conocimiento racional, la ciencia y la democracia como modo de vida. De ello, las feministas tenemos una enciclopedia construida durante más de 300 años.

Por ello, prefiero leer, ahondar en una de nuestras ancestras: Rosario Castellanos, cuya muerte en 1974 cumplió este 7 de agosto 49 años. Una de las escritoras mexicanas que —sin dogma ni militancia— fue feminista.

Durante 26 años, ella dedicó sus mejores momentos, los más lúcidos y los más plenos, a crear una obra inconmensurable que registró el mundo y su contexto social, a través de sus ojos de mujer, comprometida y erudita.

De ella, la maestra Dolores Castro Varela dijo que su aportación más importante fue dar voz, en medio de un ruido ensordecedor, como el de ahora, a las y los indígenas, a las mujeres y a las y los pobres. No se contuvo para hablar de temas impropios en su época, a los cuales se introdujo sin tomar partido para convertirse en indigenista y feminista histórica.

Ella, Rosario Castellanos, nos legó la necesidad de libertad en sus poemas, así como el dolor y el milagro de existir. Descubrió la injusticia y el anhelo de terminar con ella. Cantó al paisaje, a la amistad, al trabajo en Chiapas. Leerla es ilustrarnos, en estos aciagos tiempos de confusión y enfrentamiento. Su narrativa presenta su propia biografía en Balún Canán, una novela extraordinaria en donde revela una época, una historia y muchas formas de injusticia familiar y social. Veremos…

Por AL PE

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