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En un golpe de teatro que ha sacudido los pasillos del poder y los vestidores de la Liga MX, el magnate Ricardo Salinas Pliego rompió su silencio este lunes desde las costas europeas, donde se regocija en vacaciones de opulencia con yates y vinos finos, para desmentir categóricamente los rumores que lo pintaban vendiendo sus joyas futboleras: los clubes Mazatlán FC y Puebla FC, activos que, según filtraciones del periodista David Faitelson, estaban en la picota para saldar una deuda fiscal de 48 mil millones de pesos con el Servicio de Administración Tributaria (SAT) por omisiones impositivas entre 2008 y 2014 en su emporio Grupo Elektra, un embate que él califica de «cacería política» orquestada por la presidenta Claudia Sheinbaum para quebrar no solo sus finanzas, sino su voz crítica en TV Azteca.
Salinas, el tercer hombre más rico de México y eterno azote del oficialismo, no se limitó a negar las ventas —que especulaban con un regreso de Mazatlán a Morelia o la resurrección del Atlante en Puebla para el Apertura 2026—, sino que escaló la guerra abierta contra el gobierno federal, acusando a Sheinbaum de «buscar la ruina de empresas mexicanas» con una fiscalización selectiva que ignora a verdaderos evasores y se ceba en él por su rol como financista de la Selección Mexicana y opositor mediático. «Prefiero vender todo antes que doblegarme ante un régimen que usa el fisco como arma; esto no es justicia, es venganza por no inclinarme ante el altar de la 4T», tronó en un hilo de X que acumuló millones de vistas, donde también ironizó sobre su «exilio dorado» en Europa, lejos de la «persecución» que, según él, ha forzado amparos y litigios en cortes británicas y mexicanas, incluyendo un crédito de 170 millones de dólares con acciones de Elektra como garantía, no revelado a inversionistas, y supuestas prácticas de «espionaje corporativo» que la mañanera presidencial destapó como tácticas turbias.
Este pulso no es un capricho reciente en la saga de Salinas, quien desde 2024 coquetea con aspiraciones presidenciales para el 2030 como «defensor de la empresa libre», un perfil que choca frontalmente con la austeridad sheinbaumista y sus promesas de «honestidad» en el manejo de impuestos. La Federación Mexicana de Fútbol (FMF) observa con zozobra, ya que la multipropiedad de los clubes viola normas de gobernanza y podría reconfigurar la liga en la junta de dueños de diciembre, mientras Sheinbaum, en su último informe, negó cualquier «acuerdo secreto» con el SAT y defendió la legalidad como pilar contra el «porrismo mediático» de Azteca, un dardo que Salinas devolvió prometiendo «no rendirse» y «exponer cada irregularidad» del régimen.
El reaparición del diamante negro no solo apaga temporalmente los rumores —con Mazatlán bromeando en redes sobre estar «desconectados en vacaciones»—, sino que aviva un incendio binacional donde el fútbol, los impuestos y la política se entretejen en un nudo gordiano que amenaza con deshilacharse. En un México donde el erario clama por cada peso adeudado y los magnates responden con megáfonos, Salinas Pliego emerge no como víctima, sino como el lobo que muerde de vuelta, recordándonos que en la arena del poder, las deudas fiscales no solo sangran bolsillos, sino que encienden guerras que podrían remodelar desde los banquillos hasta el Palacio Nacional.







