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La entrega exprés de 26 criminales de alto perfil a Estados Unidos no solo es una operación quirúrgica contra el narco, sino una confesión tácita: en México no podemos con ellos.

Abigael González Valencia, cuñado de El Mencho, La Tuta, El Flaquito y compañía ya viajan rumbo al imperio del norte. No es turismo ni intercambio cultural: es un acto de rendición penitenciaria. Washington no confía en nuestras cárceles, ni en nuestras llaves, ni en nuestros custodios. Y no los culpo. Aquí un narco entra a prisión con uniforme, pero sigue operando con celular, secretaria y pasaporte diplomático.

La estrategia bilateral parece avanzar: ustedes nos mandan armas, nosotros les mandamos capos. Un trade funcional, mientras no se desate el infierno en represalia. Porque eso también está sobre la mesa: la violencia como reacción. Ya lo advirtió el consultor David Saucedo —uno de los pocos que todavía dice las cosas con nombre y apellido—: las extradiciones masivas podrían derivar en episodios de narcoterrorismo, estilo Medellín años noventa.

Y si eso ocurre, nadie podrá decir que no fue advertido.

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En los archivos ya hay antecedentes. Cada vez que se captura, encarcela o extradita a un “peso pesado” del bajo mundo, el reacomodo del crimen organizado viene con sangre. El mapa criminal no acepta vacíos de poder: los llena con cuerpos.

Pero vayamos más lejos. Según el propio Saucedo, esto apenas empieza. Hay listas de futuros extraditables: jefes de plaza, hijos del Chapo, regionales del CJNG, comandantes con nómina estatal. Van por ellos. ¿Y nosotros? Pues nosotros, a ver si no quedamos atrapados entre los operativos y las venganzas.

Otra joya del asunto es lo que podría pasar cuando estos capos lleguen a territorio estadounidense. No es que vayan directo a celdas oscuras con candado eterno. No. Algunos podrían convertirse en testigos protegidos. Hablar. Cantar. Echar de cabeza. Revelar nombres de políticos, mandos policiacos y empresarios que aún viven tranquilos en cotos residenciales, creyendo que el silencio comprado no tiene fecha de caducidad.

Eso sí sería una operación de alto impacto: el narco decantando verdades en inglés y con subtítulos en español.

Por eso la extradición no solo es un movimiento judicial. Es un acto político. Es una jugada de ajedrez binacional con ficha mexicana y tablero gringo. Pero no nos engañemos: si se accedió a estas entregas, no fue por presión internacional, sino por conveniencia interna. Washington se convierte en el gran basurero de nuestros capos, y México se lava las manos… por ahora.

Lo que sigue es incierto. Porque las reacciones del narco no se miden en conferencias de prensa, sino en cadáveres, balaceras y narcomantas.

¿Estamos preparados para eso?

¿O vamos a seguir fingiendo que extraditar es lo mismo que resolver?

México no ha ganado ninguna guerra contra el narco. Solo cambia de enemigos, de zonas calientes, de discursos y de socios estratégicos. La entrega de estos 26 no es una victoria: es un punto y seguido en una historia que ya hemos leído, y que siempre acaba mal.

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Por AL PE

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