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El régimen de Porfirio Díaz desarrolló una política exterior más consolidada que todo lo que pasó en el siglo XIX. La razón de esto fue que el gobierno disfrutó de mayor estabilidad y una relativa sensación de prosperidad en algunas élites del país. Durante este tiempo, México desarrolló una estrategia de diversificación de las relaciones exteriores y las inversiones para equilibrar la influencia de los EE. UU. con presencia europea en las inversiones, las artes y el comercio.
Sin embargo, las constantes reelecciones del General Díaz y la administración del país por parte de “los científicos” de su gabinete alejaron a muchos sectores de la población, como campesinos, trabajadores y una naciente clase media que no tenía acceso a representación política. Las demandas de estos sectores convergieron para detonar la Revolución Mexicana (1910-1921).
Para estudiosos como Katz y Knight, la Revolución es un momento colosal en la historia nacional y uno de los eventos más críticos del siglo XX. La revolución es la base del Estado mexicano moderno y cimentó el proyecto revolucionario nacionalista que influye hasta la actualidad.
El resultado de la lucha revolucionaria fue devastador, ya que el 10% de la población pereció por hambruna, enfermedades o bajas en batallas. Las secuelas de la revolución vieron la creación del Partido de la Revolución Nacional que gobernó el país hasta el año 2000.
Además, EE. UU. intervino militarmente en tres ocasiones diferentes durante esta lucha armada, lo que contribuyó a su apreciación negativa como vecino. Fue en este contexto que se creó la doctrina Carranza de política exterior. Esta doctrina fue la segunda gran doctrina de política exterior en México-después de la doctrina Juárez-, e influyó mucho en la proclamación de la doctrina Estrada más de una década después. El presidente Carranza (1917-1920) recuperó el espíritu de la doctrina Juárez pero estableció un énfasis particular en la igualdad jurídica de las naciones y el predominio de los intereses del Estado sobre los intereses particulares de los individuos y empresas extranjeras.
La doctrina Carranza alude directamente a la autopercepción de México como un ‘país débil’, sujeto a abusos por parte de potencias extranjeras, y que debió enfrentar una nueva forma de presión en forma de empresas privadas extranjeras que buscaban explotar los recursos naturales del país como el petróleo. La doctrina Carranza creó una fuerte correlación entre la política exterior y la seguridad nacional al vincular la administración de los recursos naturales como un tema donde el Estado tiene la exclusividad. La doctrina Carranza fue un pilar del paradigma revolucionario nacionalista que influyó en la orientación tradicional de la política exterior en México.
Una de las principales prioridades de varios gobiernos después de la Revolución fue buscar el reconocimiento externo, particularmente de los EE. UU. Luego de tres años de negociaciones, EE.UU. reconoció al gobierno de Obregón y a su sucesor, Elías Calles, lo que permitió consolidar el Partido de la Revolución Nacional. Este partido hegemínico incorporó a los sectores militar, campesino, obrero y popular que habían participado en la Revolución.
La lucha histórica por obtener el reconocimiento internacional para legitimar al régimen y obtener el tan necesitado financiamiento internacional influyó decisivamente en la forma en que el secretario de Relaciones Exteriores, Genaro Estrada (1927-1932), interpretó la posición de México en el mundo. La doctrina Estrada reiteró la autopercepción de México como un país vulnerable y sujeto a expectativas externas punitivas.
La adopción de la doctrina Estrada confirma la ausencia histórica del país de intereses significativos más allá de sus fronteras un comportamiento contrario a lo que podría considerarse una política exterior de un país que podría considerarse una potencia media. La implementación de esta doctrina convirtió a México en un observador farisaico de la política mundial, adoptando una postura neutral de facto en el sistema internacional.
La nacionalización de la industria petrolera y la Segunda Guerra Mundial crearon un tipo diferente de colaboración entre México y el resto del mundo. Contrariamente a la intuición, cuando la administración del presidente Cárdenas (1934-1940) nacionalizó los activos de las compañías petroleras estadounidenses, británicas y holandesas en el país, Washington no intervino para defender los intereses de las compañías petroleras estadounidenses y resistió las presiones de estas compañías para colocar un embargo de tecnología estadounidense a México. Esta falta de reacción fue el establecimiento de la política de buena vecindad en Estados Unidos para mejorar las relaciones con los países latinoamericanos en el contexto de crecientes tensiones geopolíticas en Europa.
La próxima semana veremos como la doctrina Estrada ha tenido más influencia en narrativas diplomáticas que en acciones concretas de política exterior en la segunda mitad del siglo XX.
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