En un deporte que pocas veces concede segundas oportunidades a los peleadores que se retiran, Manny Pacquiao ha convertido la resistencia en una marca personal. El pasado 19 de julio, con 46 años y seis semanas después de ser inducido al Salón de la Fama, el filipino desafió la lógica al enfrentarse al campeón mundial welter del CMB, Mario Barrios. Lo hizo sin pedir ventajas y dejando claro que su nombre sigue siendo sinónimo de riesgo.
La noche en el MGM Grand fue más que un combate: fue un examen a la memoria de Pacquiao. Barrios, ocho años más joven, tenía todas las credenciales para imponer autoridad. Sin embargo, el resultado, un empate mayoritario (115-113, 114-114, 114-114) abrió un debate inmediato. Para algunos jueces, Barrios retuvo el cinturón.
Para una buena parte del público, el filipino había hecho lo suficiente para ganarlo. El murmullo que quedó en la arena fue más el de una duda que el de un veredicto.
Pacquiao, fiel a su estilo, no reclamó ni buscó excusas. Lo que sí dejó fue una certeza: la historia todavía no ha escrito su última línea. En una entrevista reciente con la periodista Dyan Castillejo, su respuesta a la pregunta sobre el futuro no necesitó rodeos:
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No dio fecha exacta, sede ni rival, pero con esas tres palabras encendió un nuevo capítulo en su carrera. Pacquiao, campeón mundial en ocho divisiones, no parece interesado en combates de exhibición ni en nostalgias pagadas. Su ambición , esa que lo llevó de un barrio pobre de General Santos a la élite mundial, sigue apuntando hacia rivales de élite.
En un calendario saturado de boxeadores que estiran su permanencia a fuerza de contratos, Pacquiao ofrece un matiz distinto: su regreso no es un show o, sino una continuación. El empate con Barrios, lejos de cerrarle la puerta, la empujó para volver a cruzarla.
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