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Carlos Tello Díaz, tataranieto de don Porfirio, cuenta en su libro “Un relato de familia” relativo a los últimos años de destierro en Francia del ex dictador, que quien fuera treinta y dos años presidente de México, apenas sabía leer y escribir. Dice que se conservan en las memorias familiares, cartas que le enviara Porfirio a Carmelita Romero Rubio, en las que sonrojan las terribles faltas de ortografía.

Por su parte Francisco Martín Moreno, en su libro “Arrebatos Carnales”, explica que Díaz era muy creyente de la religión católica, que el arzobispo Pelagio Antonio Labastida y Dávalos, manipuló taimadamente la administración de los santos oleos a su mujer moribunda, Delfina Ortega Díaz, para casarlos por la Iglesia en artículo mortis, a pesar del impedimento religioso, pues ella era sobrina carnal de don Porfirio.

La pareja estaba en la creencia de que, de morir en pecado mortal, como era entonces el concubinato, no podría entrar al cielo, y les aterraba la imposibilidad de un reencuentro en el más allá; así que el astuto arzobispo, para otorgar los perdones necesarios, puso la condición de que don Porfirio hiciera por escrito la promesa de no aplicar la Constitución de la reforma juarista, en lo relativo a Iglesia-Estado.

Díaz firmó, Labastida perdonó y dio el viático, Delfina se fue al cielo, la Constitución de la Reforma se chingó y la Biblia siguió siendo el libro de cabecera de los dueños del poder y la riqueza en este iletrado país.

Don Porfirio no ha sido el único presidente mexicano casi analfabeto; lo fue también Su Alteza Serenísima don Antonio López de Santana, quien igualmente se eternizó en el poder.

Los presidentes a los que me he referido, fueron militares y desde edad muy temprana “abrazaron la carrera de las armas”, sin darle importancia al mundo de las letras y de las leyes. Tal vez por eso se despacharon con la cuchara grande.

Dentro de los requisitos constitucionales que señala nuestra carta magna para ser elegible como ejecutivo de la nación, no existe la exigencia de saber leer y escribir, puesto que se trata de un derecho para todos los mexicanos (as) y, se tiene clara consciencia de que una buena parte de los ciudadanos no conocen las letras; así que no hay impedimento para ningún aspirante analfabeto(a) a gobernar, bastará con que tenga más de 35 años de edad, sea un (a) desocupado(a) con seis meses de anticipación a la elección, no sea cura o ministro de culto alguno y que haya nacido, como haya nacido dentro de las fronteras nacionales…

Con esto quiero hacer notar que para gobernar un país nunca ha hecho falta ser letrado(a), basta con haber leído algunos versículos de la Biblia y con eso es suficiente.

Sólo a un loco como don Quijote se le ocurriría aconsejar a un Sancho Panza de cómo gobernar una ínsula, proponiéndole reglas de ética.

No me digan que Obama, Ronald Rigan, William Clinton y Donad Trump son muy leídos y escribidos, y eso que han gobernado el país que se dice más poderoso del mundo.

No me salgan con que Aznar hubiera leído algo más que el catecismo popular.

¿Acaso Hugo Chávez, para gobernar Venezuela necesitó algo más que leer la sección de corridos de José Alfredo Jiménez en la última versión del cancionero Picot?

En un país subdesarrollado culturalmente como México, un(a) ciudadano(a) ilustrado(a) tiene que ser un(a) desadaptado(a) social, tanto que, no le interesarán los puestos políticos sino el desarrollo intelectual o el avance científico, que ha demostrado mundialmente que hace progresar el nivel de vida comunitaria; esto estará bien para ser rector(a) de alguna universidad, pero para ser presidente, ni siquiera es deseable que sea distinto(a) a las mayorías, por el contrario, su mérito es tener un acervo cultural equivalente a la media nacional, o sea, que no alcance a leer hasta el final este texto.

Por AL PE

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