En 2020, la Santa Sede, a través del entonces cardenal Robert Prevost, dio a conocer el documento Rome Call for AI Ethics, que buscaba que diversas empresas y gobiernos en el mundo firmaran un pacto donde se comprometían a desarrollar la inteligencia artificial de una manera ética, que reduzca las brechas entre las naciones, beneficie a todos, y no se usen los avances para la guerra.
El documento, firmado por el entonces papa Francisco, permitió que empresas como Microsoft, IBM y, hace un año, Cisco, signaran este pacto, con lo que la Santa Sede se convertía en un árbitro mundial de una IA responsable.
Hoy, como papa, León XIV tiene el reto de mantener unida a la feligresía mundial ante un cambio cultural, tecnológico y espiritual que comienza a sacudir los nacimientos de la evangelización contemporánea.
De pronto, lo que parecía exclusivo de laboratorios y salas de juntas en Silicon Valley se filtraba en los claustros teológicos. Y no como un enemigo, sino como un aliado potencial.
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«La IA es hoy uno de los vectores más decisivos del cambio cultural que vivimos, comparable a una nueva revolución industrial”, sostiene el documento de la Santa Sede. La afirmación no es menor. Porque si algo ha hecho la tecnología a lo largo de la historia es cambiar la forma en que el ser humano se comprende a sí mismo… y a Dios.
Como todo lo disruptivo, la inteligencia artificial ha despertado respuestas encontradas en la Iglesia. Algunos prefieren ignorarla con el argumento de que aún es “embrionaria”. Otros la demonizan, como si se tratara de una nueva Torre de Babel digital. Pero hay un tercer grupo —más lúcido y menos ruidoso— que empieza a verla con otros ojos: como una herramienta que puede enriquecer, no reemplazar, la inteligencia humana. Es ahí donde se encuentra León XIV.
Una de las promesas más poderosas de la inteligencia artificial en el campo de la fe es su capacidad para democratizar el acceso al conocimiento. Hoy, cualquier estudiante en un rincón del sur global puede consultar en segundos una biblioteca teológica en Roma o Jerusalén. Benedicto XVI ya lo anticipaba en 2009, al hablar de las nuevas tecnologías como un “don para la humanidad”, especialmente para los más vulnerables.
Las plataformas colaborativas basadas en IA están generando algo inédito: redes de diálogo ecuménico entre teólogos de distintos credos, lenguas y latitudes. Y eso no es poca cosa en tiempos donde la polarización, también religiosa, parece ganar terreno.
Pero cuidado: el acceso libre no es lo mismo que el acceso ético.
Pero para León XIV, no basta con que la tecnología funcione. Tiene que servir. Y para servir, necesita ética. “No cualquier ética, sino una que ponga en el centro la dignidad humana. Francisco ha sido enfático: la IA no debe esclavizar, manipular ni despersonalizar. Debe humanizar. Y para eso, la Iglesia —con sus siglos de experiencia en discernimiento moral— tiene un papel que jugar”.
Al igual que el papa Francisco, aboga por evitar los deepfakes en redes sociales, a las que también ha urgido a regular, y evitar que se vuelvan una fosa para los menores, quienes son presa fácil de los algoritmos.
Además de ello, el nuevo Papa es consciente del valor de la conectividad para los pueblos pobres y la oportunidad que les da internet. Con experiencia en las selvas peruanas, León XIV apoyó clínicas rurales que hoy empiezan a usar telesalud en Perú.
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