Dicen que los ricos no huyen. Se mudan discretamente.
Y eso parece estar haciendo el Tío Ritchie Salinas Pliego, quien empieza a sacar sus ahorritos del país, al parecer, con el auxilio de una estafa de corte internacional —una de esas finísimas maniobras donde se oculta el dinero detrás de las cortinas de humo fiscal, con el sello de la casa: cero impuestos, muchos litigios y una sonrisa para la foto.
El hombre más respondón del país —ese que reparte memes como quien reparte aguinaldos— no se está peleando con el SAT por gusto. Tampoco por principios. El pleito, que ya cruzó la frontera hasta los tribunales gringos, parece obedecer a un viejo instinto de supervivencia: si ves venir tormenta, asegúrate que el paraguas esté registrado a nombre de otro.
Porque septiembre no solo trae lluvias. También renovación de jueces y ministros en la Suprema Corte. Y en el país del “ya me la sé”, no es menor detalle. El Tío Ritchie parece estar preparándose para un escenario donde los amigos se van y llegan los que preguntan cosas incómodas. Como por ejemplo: “¿Y los impuestos, joven?”
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Tal vez no lo sepa, o tal vez sí, pero su cambio de domicilio fiscal podría ser también su carta de presentación ante la historia. Una historia que no suele tratar bien a los que corren con las maletas llenas y los papeles quemados. Recordemos a los Slim de antaño y a los Hank de temporada: todos con su propio manual de emergencia patriótica… por si acaso.
Pero a diferencia de otros potentados discretos, Salinas Pliego no es precisamente un Lord inglés. Él prefiere responder desde el helicóptero, burlarse del SAT, llamar mantenidos a los pobres y luego posar en primera fila en las cenas con gobernantes. Lo cortés no quita lo cínico.
¿Y el gobierno? ¿Ya tomó nota de esto?
Sería ingenuo pensar que no. En Palacio Nacional no se mueve una hoja sin que la escuche la Presidenta. Y si hay alguien que entiende de señales es la oficina presidencial. La fuga silenciosa del capital más ruidoso del país debe estar ya en la carpeta de “temas urgentes” de la 4T. No por justicia fiscal, sino por supervivencia política.
Porque si el nuevo régimen se propone transformar el país, va a tener que elegir: o se enfrenta a los ricos evasores, o les sirve café mientras escapan por la puerta trasera. Y si algo nos ha enseñado la historia reciente, es que los magnates no esperan a que toquen el timbre.
El Tío Ritchie lo sabe.
Y ya encendió el motor de su jet.
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