El camino al poder se recorre con la seducción de la palabra y la imagen. Ejercerlo de manera total reclama una presencia abrumadora. No es belleza física, es personalidad, carisma. Si el pastor es todo para su rebaño, el dictador debe llenar el espacio de sus gobernados. De ahí la idea de la fotografía en el comedor o sala de las casas de sus súbditos. Es omnipresente.
Alejandro, Julio César, algunos de los faraones y otros de los zares y los Windsor. La actitud y la presencia de Diana de Gales superó todas las expectativas, por ello necesitaba morir. Fue poseedora de un carisma apabullante. Cuando tienen lo necesario y se lo proponen, las mujeres avasallan: la reina Victoria, Golda Meier, Indira Gandhi, Benazir Bhutto, Ángela Merkel, incluso la Thatcher. Fue imperativo obedecerlas y seguirlas.
¿Dónde están los que hoy hacen falta en el mundo? Los que actualmente se hacen con el poder llegan a ejercerlo gracias a que proceden como esos galanes que asedian a las doncellas con falsas promesas. Las acosan hasta que se adueñan momentáneamente de ese tesoro tan codiciado, y luego las abandonan. El Tenorio y algunos poemas de Juana de Asbaje lo asientan con suficiente claridad.
Todo les parece funcionar a las mil maravillas, hasta que llega el momento de las promesas incumplidas, las esperanzas rotas, las expectativas insatisfechas. Es entonces cuando se sustituyen los argumentos por las actitudes y las decisiones equivocadas, y se aspira a dejar atrás la seducción para gobernar por el miedo, como hoy hacen en Nicaragua, Venezuela y El Salvador, ruta por la cual ya se enfila México.
El título del enorme poema de José Gorostiza –Muerte sin fin– parece ser el emblema de lo que hoy sucede en esta nación: muertes violentas, secuestros, desaparecidos, fosas clandestinas, sector salud destruido, fallecimientos por enfermedades curables, hambre, desempleo, inseguridad… el rosario de desgracias agobia, sobre todo porque es verdadero, verídico, comprobable. Nos matan de a poco y de manera lenta, como si desearan mostrar una nueva forma de genocidio.
Los culpables de que así suceda somos todos, porque preferimos atesorar nuestra propia basura bajo nuestra alfombra íntima y personal, para evitar que nos identifiquen como realmente somos: pusilánimes.