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Cuando Jesús Reyes Heroles presidió el PRI y creyó que oficiaría destape y campaña, su propuesta fue sencilla, pero audaz: primero el plan, luego el hombre.

Estamos igual que en septiembre de 1975. Las fuerzas políticas, los poderes fácticos imponen el nombre, en primer término, después lo demás se adecuará conforme lo exijan el momento y las circunstancias, y tarde descubren que el candidato primero, y después el titular del Ejecutivo en funciones constitucionales, no da el ancho y también se deschaveta, pierde piso, cree que el destino es él.

¿Puede, por una vez, procederse a la inversa? Así debiera ocurrir, pero las palabras, las voces, los grupos, nos dan a entender que la sociedad sabe lo que quiere, lo que hace falta, pero no aciertan a encontrar la cuadratura del círculo para sacarnos del atolladero en que, por voluntad propia, nos metimos en la jornada electoral de 2018.

El TLC, la globalización, los convenios internacionales con absoluta validez constitucional, desfiguraron el rostro del modelo de gobierno y, por comodidad y corrupción e impunidad, nadie nunca se atrevió a proponer la reforma de fondo que se requiere, para lograr, de una vez por todas, la tan propuesta transición.

Desecharon, sin explicar las razones por las cuales lo hicieron, esa propuesta de presidencialismo parlamentario con figura de primer ministro, porque comprendieron que era el primer paso para desechar la impunidad como medio y modo de control político desde el Poder Ejecutivo. Corrupción e impunidad son figuras siamesas. Es un fenómeno universal, pero no instrumento esencial para hacer gobierno y, supuestamente, responder a las exigencias de la sociedad. ¿Dónde los peces gordos de Vicente Fox? ¿Dónde las sentencias ejemplares para que los mexicanos constatemos que la corrupción es inaceptable?

Y no culpen a los jueces de lo que es responsabilidad absoluta de la Fiscalía General de la República. El meollo está en las carpetas de investigación y en los acuerdos. Lo que hacen es extorsionar a los culpables para quedarse con el botín. Pregunten a Juan Collado cómo le fue, y seamos testigos de lo que sucede con Emilio Lozoya Austin.

Temo que los asistentes a las concentraciones del 26 de febrero caerán en la desilusión, al constatar que nadie, sí, ninguno de los grupos de oposición se aventará el tiro de proponer la reforma del Poder Ejecutivo. Primero el plan, luego el hombre.

Por AL PE

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